Aquel que vive.

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─ Por momentos freno, ¿viste? Y es entonces, cuando me caen muchas ideas y sentimientos. Así como se me pone la piel de gallina cuando levanta un viento fresco de invierno, me estremezco al imaginar que estoy parado justo en la mitad de una playa desierta, observando el mar. - dije melancólico y sin pausa, abstraído por la simple mención de aquel hermoso deseo.


─ ¿Y qué más te pasa? ─ pregunta su amigo, con la mirada perdida en el horizonte.

─ Me siento impotente. Siento que puedo ser tan grande como ella, o tan minúsculo al punto de ser manipulado ─.

Eso me pasa cuando freno.

Esa noche en particular, me sentía intrigada. La manera en que los hombres hablan cuando tienen un poco de alcohol encima y más cuando tienen el corazón roto, me estremeció.

Notaba su falta de atención para con mi presencia así que me aventuraba a escuchar mientras se oía, una cortina de radio, la guitarra de Mary. Una canción de reggae que no registraba.

─ ¿Piensas que, ocultando las cosas, se te hará más leve? ─ Agustín, chico de pocas pulgas, se caracterizaba por la transparencia con la que se comunicaba con los demás e inevitablemente lo querías, sin tapujos.

─ Esa decisión ya está tomada y no quiero que me tengan lástima. Quiero esto ─ señalaba la azotea donde estábamos todos ─ acá y ahora ─. Rodeados con cerveza y guitarra, risas y una noche envidiable.

─ Es una lástima... ─ concluyó.

Supongo que hablaba de alguna chica, de algún problema existencial, la casa, el trabajo, no sabría decir con exactitud. No me animaba a preguntar porque tomé el papel de espectador, sentada a lo lejos, como una antisocial.

Aunque me moría por saber.

Al irse su amigo del tronco, en donde se encontraba sentado cabizbajo me acerqué para preguntar un poco sin que fuera demasiado obvio, fallando en el intento.

─ Che, ¿te molesta si me siento acá? ─ pregunté con gesto suplicante.

─ No, Majo, sentate. ─ sonreí mientras me sentaba ─ ¿La estás pasando bien?

─ Sí, nunca me sentí tan bien en mi vida. ─ dije, aunque no era del todo cierto. Estaba preocupada por él.

─ Escuchá, yo quería decir que, si necesitas un oído, estoy... ¿Sabes? ─ esperaba algún gesto acusador, pero nada ─ aunque no te conozca mucho más allá del grupo.

─ ¿Escuchaste? ─ me observaba con una seriedad imprevista.

─ Saqué conclusiones con fragmentos que alcancé a escuchar, pero por la cara de Agustín... sospecho que no es una boludez.

─ Buena chica.

Che, que no soy un perro ─. Esbozó una de las más sinceras sonrisas que había visto al menos en las últimas 8 horas.


─ ¿Sabes qué pasa majo? que la vida es una mierda y que estoy cansado de sentirme mal por eso, así que vivo el momento. ─ añadió ─ Algo así quise decirle a Agus. Que, aunque las cosas sean claras, te nubla el juicio cuando pasan cosas malas, como si no tuviésemos suficiente de qué preocuparnos... Perdemos la perspectiva de la vida.

─ ¿Te sentís todavía abrumado por analogía de la playa? ─ dije, y me arrepentí en el acto.

─ Soy la playa, el mar, la inestabilidad. Una inmensidad sin medida ni contención.

─ ¿Y quién es ella? ─ este chico lograba cosas extraordinarias cuando hablaba, como si quisieras estar dentro de su cabeza, porque estás abrumada por la tuya. Quería saber qué era eso que tan mal le tenía porque, aunque quería ocultarlo en esa aura positiva, no me lo tragaba. No me convencía. No me distraía. Había algo más hondo. Una herida más del montón que estaba sangrando y quería discernir para intentar ayudarlo.

─ Mira vos... ─ balbuceó que, si no hubiese estado al lado, no hubiese escuchado.

─ ¿Qué? ─ sorprendida y tímida, mis piernas comenzaron a renegar contra el suelo.

─ ¿Cómo sabes que hay un "ella"?


Porque en la vida de un hombre triste, la mayoría de las veces es por una mujer.


─ Eso dijiste más temprano al Chiqui ─ apodo con el que llaman todos a Agustín.

─ Bueno, sí. ─ prosiguió ─ Te cuento y que quede entre nosotros.

─ Promesa.


Me contó un poco el contexto de su vida.

Su mujer había fallecido. La mujer con la que se había casado tuvo un accidente de tránsito, un mes después de dicho compromiso y quedó destrozado. Durante su relato, se caían las lágrimas de mi rostro en cada una de las etapas de información.

Me miraba curioso, de vez en cuando.

Una tarde de agosto tenía que ir a comprar los víveres para la cena. En eso, una camioneta cruza semáforo en rojo embistiendo el auto justo a la mitad arrastrándola por 50 metros.

Horrible.

De esto había pasado un año.

Y ese día era el primer aniversario luego de lo sucedido.

Me quedé callada. Dubitativa.

─ ¿Qué estás pensando? ─ dijo con expresión fría ─ ¿Por qué lloras? ─ preguntó con una suavidad...

─ Es que ... Yo... Lo siento tanto... ─ no podía dejar de llorar, cubriéndome el rostro con las manos.

─ Bueno... Gracias, pero eso no me tiene mal hoy. ─ levanté la cabeza para mirarlo ─ La recuerdo con amor y eso es lo que importa.

─ Entonces... ─ lo invité a proseguir, porque si no era la mujer de su vida, ¿qué otra cosa puede estar sucediendo?

─ Entonces me enteré esta mañana que tengo leucemia y queda poco tiempo para vivir. ─ escupió y a mí se me cayó el vaso de cerveza.


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La conversación continuó desarrollándose, en confesiones, lo que se enfrentaría solo. Había decidido no someterse a quimioterapia. Simplemente viviría los meses restantes con gran añoranza y felicidad.

Sabíamos de esto, Agustín y yo.

Nadie más.

Se me partió el corazón.


La siguiente media hora estuvimos hablando de las cosas que haríamos si llegara el día que la vida se nos fuera de las manos y sinceramente, no había conocido a alguien tan conforme por tal final...

Porque lo único que deseaba era reencontrarse con su amor.

Y no conocí mayor compromiso que ese.

Noche sin café. [Editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora