Recuerdos de mujer

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Hoy les vengo a contar algo muy curioso.

Como todas sabemos, la mujer tiene el don del sexto sentido para casi todos los ámbitos de nuestra vida. Y dije casi, porque hay sucesos que no podemos preveer.

Los personajes del mundo que nos rodea; sean familia, amigos, un amor, un amante, hijos, nietos, etc. Componen el universo que tomamos como la realidad. Y sin ir más lejos, ese sentido se activa cuando algo de todo lo que compone nuestro universo, se quiebra o amenaza con romperlo.

¿Es cierto que podemos atribuir a un cambio? Creo que no. Y ojo, sólo hablo desde mi perspectiva.

Quiero aclarar, también, que los sucesos pueden quebrar pero también pueden mutar. Asi que, dentro de toda la basura que consumimos a diario y la basura que consume el mundo, el sexto sentido se queda dormido; una dulce siesta. ¿Y para qué despertarlo no?

El mundo en el que vivo se tornó algo así como laberinto de vieja mansión a lo will traynor (si es que leyeron me before you, van a entender sino léanlo).
Me metí adentro cuando tenía 9 años y tengo 28 años, aún sin éxito. Me agarraron ataques de pánico y claustrofobia (porque los setos comenzaron a apretarme la mente de tanto dar vueltas) además de insomnio, dolores musculares, de cabeza y muchas enfermedades varias dónde juega el sistema respiratorio.
Sigo acá adentro, porque quiero descifrar sola cómo salir. Sí, ya sé. Que pelotuda. Pero saben qué? Ahora sé cuando amanece y cuando anochece sin reloj. Veo florecer en primavera y veo caer las hojas en otoño.
Me deshago de mis ropas en verano y corro alrededor para tomar todo el agua que cae de arriba; aunque digan que eso pueden ser dos cosas, Dios llorando o Dios meando. Y quiero creer que es la primera sino me voy a sentir perturbada.

En invierno es la cosa.
Es duro. Es dónde creo que voy a morir. Es donde pienso en todos los lugares que aún no conozco por mantenerme en el amado laberinto. Porque le agarré cariño a la soledad y a mis tiempos. Le tengo respeto a la naturaleza y a su enojo.

Y otro dato curioso. Muchas veces escuché desde afuera gritar mi nombre. No puedo admitir quienes eran, pero es que acá se vive tan bien. No necesito agua, no necesito comida, no necesito sueños ni plata. Ni tecnología. No necesito fuego, ni miedo, ni ropa linda. Sino ¿Cómo hacían antes de todo esto?

El sexto sentido me atrapó en una tela, encerrando mi corazón y tirando la llave. Aunque no pienso que todas las mujeres deban pasar por esto, ni venir a acompañarme. Porque hay momentos en donde me enojo porque la voz que escucho no es la que quiero. Entonces prefiero quedarme acá. Total no soy necesaria más que para mí misma.

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- Mar, mar - dijo alguien. - es hora de volver.
- No quiero volver, quiero quedarme acá - añadí - dejame en paz.
- Es hora. - finalizó la voz.

Me desperté afligida.
Algunas voces de la cabeza te aclaman como cuando estás en el colegio y suena el altoparlante dando algún comunicado pero que no te interesa, entonces te levantas igual porque tenes que irte a laburar y no queda de otra.
Lo cotidiano es mi laberinto. O tal vez no.

Noche sin café. [Editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora