Capítulo 6: Carajo.

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Un fuerte gruñido me hace despertar y darme un golpe contra la ventana del avión. Al levantar la cabeza y mirar por el vidrio, noto que ya hemos despegado. ¿Cuánto tiempo habré dormido?

Saco mi celular y veo la hora: 11:59 hrs. He dormido muy poco, pero ya no tengo nada de sueño. Ahora, lo único que me apetece es inspeccionar con la mirada el lugar e intentar averiguar de dónde salió el gruñido que me despertó.

Me acomodo en mi asiento y empiezo a mirar a mis alrededores, buscando de donde pudo haber salido semejante sonido, y me sorprendo bastante al ver los asientos vacíos en todo el lugar. Efectivamente, como dijo el chico uniformado que me ayudó a llegar aquí, solamente hay unas veinte personas.

Giro mi cabeza y veo que los dos asientos que tengo a mi izquierda están ocupados. El que tengo a lado lo ocupa una mochila morada, algo maltratada, y el siguiente asiento es ocupado por una chica que se encuentra dormida, con el cabello tapándole el rostro. Supongo que la mochila es suya.

Estoy a punto de apartar mi vista de ella, cuando noto que tiene en sus manos un libro que me resulta demasiado familiar. Me acerco un poco y confirmo mis sospechas: es “El mundo de sombras”, el mismo libro que yo estoy leyendo. Aunque, por lo que veo, el de ella no está tan maltratado como el mío.

El asombro me dura muy poco, siendo reemplazado por la angustia. Abro mi mochila y empiezo a mover frenéticamente mis cosas de un lado a otro, buscando mi libro, pero no está. Carajo.

Empiezo a asustarme, ya que lo peor que puede ocurrirme es perder mi libro favorito. Me recuesto en el asiento, dando un suspiro por la frustración, e intento hacer memoria, para recordar en donde lo pude haber metido, pero se me cae el alma a los pies cuando llega a mi mente la amarga realidad: Lo he dejado en mi departamento. 

Recuerdo haberlo dejado en el sofá ayer, antes de meterme a bañar para ir a la fiesta de despedida. Al parecer, olvidé guardarlo y, gracias a que hoy me levanté tarde, no noté que no se encontraba adentro de mi mochila. ¡Carajo!

Coloco las manos sobre mi rostro y empiezo a emitir ruidos extraños de enojo y frustración. Es increíble que me pase esto justamente cuando me faltaba un capítulo para poder terminarlo. Y, a parte, no pude comprar “El mundo de luz”. Tendré que esperar varios meses para poder terminar el primer libro y para poder comprar el segundo. CARAJO.

Arrojo mi mochila a mis pies y me quedo cruzado de brazos, mirando el libro que la chica tiene en sus manos, como si fuera una clase de burla porque ella puede terminar de leerlo en el momento que quiera y yo no. 

Veo que tiene su separador colocado casi al final del libro. Probablemente está a unas diez hojas de terminarlo y, en lugar de hacerlo, duerme. Ella podría estar aprovechando este largo viaje para terminar de leer ese gran libro y, sin embargo, prefiere dormir. Y, para empeorarlo todo aún más, tiene el libro en sus manos, con el grave riesgo de dejarlo caer mientras disfruta de su siesta. Yo no esperaría ni un segundo para leer el desenlace de esa gran historia. De hecho, apuesto a que podría terminar de leerlo mucho antes que ella. Podría…

¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy pensando esas cosas? 

Es obvio que ella no tiene la culpa de lo que me está pasando. El único culpable soy yo. Fui descuidado por dejar mi libro en el sillón, fui irresponsable por no haber puesto la alarma a tiempo, fui tonto al no salir de casa tapado para que los fans no me reconocieran y fui un imbécil, porque pude haber esperado al siguiente vuelo sin haber regresado a casa. Tomé una decisión muy precipitada y ahora muero de hambre y desesperación por no poder leer, ni siquiera el final del libro.

Bueno… en realidad, no todo es tan malo. 

Tengo el libro justo frente a mis ojos, casi pidiéndome a gritos que termine de leerlo. Y podría hacerlo. Podría tomarlo prestado para leer el último capítulo mientras ella duerme. Eso no sería malo y, además, le haría un favor a ella, ya que es cuestión de segundos para que el libro resbale por el borde de sus piernas y caiga al suelo, maltratándose en gran manera.

Sin meditar mucho si es buena idea o no, me desabrocho el cinturón, estiro mi brazo hasta tomar la punta del libro y empiezo a tirar de él. 

Siento un poco de culpa, pero, por alguna razón, siento que debo hacerlo. Es algo así como la sensación que me inundó hace once años, cuando tomé aquellas hojas rosas de la libreta de matemáticas de mi maestra. Pero, esta vez, ya no soy un niño. Ahora soy un hombre y tengo más conciencia sobre mis actos, distinguiendo las cosas buenas y las malas… Pero, ¿acaso esa era una acción buena?

Ese último pensamiento me hace detenerme en seco, cuando he logrado zafar la mitad del libro. Empiezo a sudar bastante, gracias a la gorra y a la chamarra que me acaloran el cuerpo en su totalidad. Un remordimiento me invade y me hace retroceder en mi plan, devolviendo el libro a los brazos de su dueña. 

Empiezo a empujarlo con extremo cuidado para que no se despierte, pero es más difícil que sacarlo. El peso del brazo inmóvil de la chica me impide que el libro pueda entrar con la misma facilidad con la que salió.

Mis nervios aumentan un poco, ya que mi cuerpo se encuentra en una posición muy incómoda. Empiezo a respirar más lentamente, mientras sigo intentando meter el libro, pero éste no cede...

¡Madre de Dios! Se está moviendo. ¡CARAJO!

Mi miedo aumenta en gran manera, ya que la chica ha comenzado a moverse. Contengo la respiración y me quedo inmóvil, rezando para que no se despierte. Pasan varios segundos hasta que, de la nada, vuelve a quedarse quieta. Por un momento, pienso que se está haciendo la dormida, pero un pequeño ronquido me indica todo lo contrario.

A mi mente viene la idea de que uno de sus ronquidos pudo haber sido el sonido que me despertó, pero lo descarto enseguida, ya que lo que yo escuché fue, definitivamente, un sonido el triple de fuerte.

Gracias a los movimientos que la chica ha hecho inconscientemente, ha quedado un hueco entre su brazo derecho y su pierna, perfecto para introducir el libro. Me calmo, tomo una bocanada de aire y empiezo a empujarlo, con extremada delicadeza. Poco a poco, el libro va quedando nuevamente bajo su brazo y estoy a punto de lograrlo cuando, de pronto, escucho un horrible y fuerte rugido que, sin duda alguna, ha sido mucho más fuerte que el ronquido de la chica y acaba de acaparar la atención de las 20 personas que se encuentran aquí. Es el mismo sonido que me despertó y ahora entiendo por qué lo escuché tan fuerte: Venía de mi estómago. Es por el hambre.

Me pongo rojo de vergüenza y el pánico se apodera de mí, pensando en que la chica se ha despertado con semejante ruido. Pero, no muestra señales de haberlo hecho.

Por un momento, me imagino las innumerables reacciones que podría llegar a tener si me ve tomando su libro: Podría golpearme, gritarme, insultarme, patearme, acusarme con las azafatas del avión, entre otras cosas. Y no la culparía. Pero, de preferencia, sería mejor no pasar por ninguna de esas embarazosas situaciones .

Me quedo quieto, mirándola y esperando alguna reacción. Pero nada. No se mueve en absoluto.

Espero un par de minutos en mi misma posición (con la mano sobre el libro y con el cuerpo estirado en su dirección), y cuando empiezo a creer que ya puedo moverme, para poder terminar de meter el libro, una mano se mueve con rapidez, toma el libro por el extremo contrario y empieza a jalarlo con fuerza, haciéndome estirar más de lo que jamás había podido hacer. Después, una voz molesta y escalofriante se escucha:

-Suelta mi libro y aléjate de mí, maldito ladrón.

La chica se ha despertado. ¡¡CARAJO!!

Thom & Harriet || (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora