Capítulo 9: No te vayas.

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El vuelo de Los Ángeles a Londres es de, aproximadamente, diez horas. Y, aunque eso suena como bastante tiempo, para mí es muy poco. 

Si hago las cuentas exactas del tiempo que llevo en este avión, el resultado es justamente ese: diez horas. Así que, es muy probable que en la próxima hora el piloto dé su típico anuncio: “Estamos a punto de aterrizar. Por favor, permanezcan en sus asientos y asegúrense de tener sus cinturones puestos”.

Durante todo el trayecto me la he pasado hablando, bromeando, comiendo y leyendo con Harriet. Y debo admitir que ha sido maravilloso. Es una chica increíble, a su extraña manera de ser. Sí, sé que me trata como un imbécil, pero no puedo evitar sentirme a gusto con ella. Puede que suene como si fuera un gran masoquista, pero es la verdad.

Hace un par de horas concluimos nuestra charla sobre los primeros ocho capítulos de “El mundo de luz” (que, por cierto, son demasiado buenos para ser verdad), y ya que ambos nos encontrábamos algo cansados, decidimos dormir. Ella cayó en un sueño profundo con rapidez, mientras que yo apenas y logré dormir unos veinte minutos.

Durante todo este tiempo me he dedicado a hacer dos cosas:

1) Mirar a Harriet mientras duerme. Es extraño e incluso traumático, pero no puedo evitarlo. En tan sólo unas horas me ha hecho vivir lo que no pude durante los últimos tres años. Y en ningún momento ha mencionado algo que tenga que ver con mi carrera (a excepción de las bromas que hace).

2) Pensar en qué haré cuando tenga que separarme de ella. Puede que suene muy dramático, ya que podría pedirle su número de celular o algo así, pero no quisiera tener que dejarla. En verdad, me gustaría poder verla después de este viaje, y no quiero conformarme con escuchar su voz mediante el celular. Quiero verla y conocerla aún más, pero ¿cómo?

Han pasado casi dos horas y aún no he podido contestar esa pregunta.

Mi vista sigue puesta sobre Harriet cuando, de pronto, empieza a moverse. Enseguida, giro mi cuerpo en su totalidad para quedar viendo hacia la ventana y cierro los ojos, para fingir estar dormido.

Percibo movimiento en donde ella se encuentra y la escucho bostezar. Después, se queda callada, pero algo extraño ocurre: se empieza a acercar a mí. Claramente, noto cómo su cuerpo se apoya en el asiento mientras su rostro se inclina hacia el mío. Siento su respiración muy cerca de mi oreja y también siento sus labios rozando mi mejilla. Por mi cabeza cruza la ridícula idea de que va a hacer algo lindo (darme un beso, por ejemplo), como cualquier chica haría. Pero enseguida me recuerdo que ella no es cualquier chica. Apenas logro pensar en eso cuando la escucho pegar un grito:

-¡WAAAAAAHH!

-¡QUÉ CARAJOS! –grito, dando un salto por el susto y golpeándome por error con la ventana, por segunda vez en el día.

-¡JAJAJAJAJA! –empieza a reír Harriet, retorciéndose en su lugar por la gracia que le ha provocado mi reacción-. Eres demasiado asustadizo.

-Eso no es verdad –le digo, bastante indignado-. Cualquiera se asustaría de esa manera si llegas y le pegas un grito en la oreja.

-Como digas y mandes –me dice, guiñándome un ojo.

-Sabes que es verdad. ¡Cualquiera se asustaría!

-Claaaro –dice, con un tono tan sarcástico que me hace sentir avergonzado por haberme asustado así. 

Pongo los ojos en blanco y me volteo hacia la ventana con mucha indignación. Una vez hecho esto, ella se recarga en mi hombro y me mira con arrepentimiento, pero aun conteniendo su risa.

-Ya, perdón. No volveré a hacerlo –dice.

-No, no lo harás –digo con demasiada amargura.

-¿Por qué lo dices en ese tono? –pregunta, un poco molesta.

Thom & Harriet || (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora