XXX. Libros

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El brillo fue tal que me dejo casi ciega provocando el cerrar mis ojos involuntariamente ante aquella potente luz, cuando los volví a abrir para ver qué pasaba me encontraba en una especie de tela que me rodeaba, un poco traslucida y brillante por donde podía percibir levemente las siluetas del centinela y él dragón. Era cálida y reconfortante, era como estar atrapada en una crisálida, pero en ningún momento tuve miedo, me sentía segura y protegida por aquel manto.

- ¿Cuál es nuestro nombre? - se escuchaba repetidamente como un susurro en mi mente, pero no era la voz de Deus... Eran las dagas ¿Las dagas hablaban? Y exigían un nombre.

-Espinas- pensé para mis adentro.

Con solo el pensar del nombre los susurros acallaron abandonando mi mente, podía sentir como el mango de las dagas ¿cambiaban? Obligándome a bajar la mirada, me encontré con unas armas recubiertas de una masa brillante de un color escarlata, era muy similar a la sangre coagulada, la masa se sentía extraña entre mis manos y dedos, sentía como las armas estaban trasmutando, la masa fue creciendo poco a poco hasta que recubrió por completo las dagas y parte de mi mano, para luego ser consumida por las gemas que yacía en las puntas de los nuevos mangos de mis espinas haciendo que el manto que me recubría cayera dejando libre de todo brillo segador.

-Ya estas lista- anuncio Allen con un leve tono de emoción.

Ignore a el centinela y mi vista se dirigió a las nuevas dagas las cuales eran tres veces más grande que en su anterior aspecto, sus hojas habían abandonado su singular rosado para ser remplazado por un acero negro con un tono rojizo en ellas, el mango ya no era negro y simple, ahora era muy elaborado con diversos detalles en dorados acompañado de una especie de tocado de plumas que lo adornaba por todo el borde de un color morado que terminaba en escarlata, algo muy hermoso de ver.

Las dagas volvieron a destellar sin aviso aparente y de sus gemas emergió aquella masa escarlata que las había cubierto previamente la cual se estaba colando por mis brazos, tomando cada vez más territorio sobre mi cuerpo al punto de que me estaba cubriendo casi completamente a excepción de mi rostro el cual estaba libre de aquella masa misteriosa. La sensación era extraña, sentía como la masa escarlata acariciaba todo mi cuerpo sin respeto aparente.

De golpe cedió y se separó de mi cuerpo para regresar de nuevo a la gema de cada arma, baje la mirada y no creía lo que veía; la masa se había ido por completo, pero en su remplazo había dejado un peculiar traje, pero lo más alarmante era que no lo sentía, parecía que mis ojos y mi cerebro estaban enemistados, lo podía ver claramente, pero no sentía su peso en mi cuerpo, era como estar completamente desnuda, pero sin estarlo, no entendía como era eso posible.

El traje constaba de una camisa sin mangas de color rosa palo, con una especie de corsé que levantaba mi busto en color dorado, unos guantes largos de color ceniza con una falda extremadamente corta a juego con los guantes, por suerte debajo de esta se encontraba un short ocre, unas botas color ceniza con detalles en dorado y todo eso acompañado de una inmensa bufanda que caía por toda mi espalda hasta llegar casi tocando mis tobillos de color rojo escarlata.

El traje constaba de una camisa sin mangas de color rosa palo, con una especie de corsé que levantaba mi busto en color dorado, unos guantes largos de color ceniza con una falda extremadamente corta a juego con los guantes, por suerte debajo de es...

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El Guardián de los Reinos: El Origen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora