XXXI. Paseo

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-Theo- salude agitando mi mano en el aire y acortando la distancia entre nosotros con unos cuantos pasos.

-Adelina- podía notar el quebrantamiento en su voz al saludarme de vuelta y como estiro la última vocal de mi nombre.

- ¿Qué ocurre? – indague debido al extraño comportamiento que él mesero exponía.

-Es que estas muy hermosa- confeso mirándome fijamente a los ojos, causando que mis orejas ardieran por la vergüenza del momento.

No podía negar que ese era mi objetivo desde el un principio; ser alagada, pero nunca espere que fuera tan rápido, con solo el simple contacto de nuestros ojos me sentía levemente vulnerables y expuesta.

-Gracias- desvié la mirada evitando volver a enfrentar aquellos ojos grisáceos.

- ¿Qué te parece si nos vamos? – propuso mientras me extendió su mano la cual yo tome sin pensarlo mucho.

-Y ¿a dónde vamos? - pregunte expectante.

-Es un secreto- me dedico una sonrisa y coloco su dedo índice sobre sus labios como si fuera un secreto el cual no podía revelar.

El sol había cedido con su afán de derretirme en medio de la calle. Me encontraba caminando con el chico sin rumbo aparente mientras me entretenía con sus ocurrentes temas de conversación. A pesar de que era un simple camarero; su forma de hablar y los temas que sacaba a relucir daban a entender que Theo era muy inteligente.

- ¿Sabías que aguantar un estornudo podría producirte fracturas de cartílago nasal, roturas de tímpanos, desprendimientos de retina y hasta infartos de miocardio?

-No, pero gracias por la advertencia- hice notar el sarcasmo haciendo que nuestras risas se entrelazaran al unísono.

Entre tantas risas y comentarios raros, por parte de él, hizo que el tiempo volara sin siquiera darnos cuenta. Theo de detuvo y se dirigió a un local donde vendían helado, estaba a punto de seguirlo cuando vi cómo me hizo señas para que lo esperara. Tome asiento en una banca cercana y mi miraba vagaba por los alrededores, no sabía si había sido buena idea salir con aquel chico, no podía negar que era tierno, educado y simpático, pero que esperaba el de mí.

¿Cuál era el objetivo de esta cita?

Mientras mi mente nadaba en una laguna mental divise a el chico salir de establecimiento con dos helados de chocolate agarrados uno en cada mano. Me dedico una amplia sonrisa y me ofreció uno de los helados.

- ¿Cómo sabias que me gusta el chocolate? – lo mire curioso levantando una ceja.

-A todo el mundo le gusta el chocolate- aclaro encogiendo los hombros y restándole importancia.

-Buena respuesta, te creeré por los momentos- le obsequie una sonrisa la cual él devolvió.

El helado se estaba derritiendo haciendo que pequeñas gotas de chocolate se escurrieran por el cono, lo que llevaba a que colisionaran con mi mano. Sin pensarlo dos veces pase mi lengua por el borde haciendo que el goteo cesara, pero como resultado mi mano quedo pegajosa.

-La verdad no pensé que aceptarías mi invitación- confeso de la nada mientras impartíamos rumbo a lo desconocido.

- ¿por qué? – no oculte mi curiosidad ante su confesión

-Es que hace unas noches te vi mal herida entre los brazos de un hombre; pensé que era tu novio- aclaro un poco avergonzado rascando su nuca y tomándome por sorpresa que él estuviese presente en ese mal día.

El Guardián de los Reinos: El Origen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora