Capítulo 41

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Brad Griffin

Nueve años, mi padre siempre me decía que debía comenzar a comportarme como un hombre, como un macho, como él. Lo único que un niño de nueve años imagina es que tiene que pelear, tiene que tener a muchas mujeres, tiene que beber y fumar como él lo hacía, y es que quizá así yo iba a ser un hombre como él quería.

A ningún niño de nueve años le gusta fumar, a ningún niño le sabe bien el alcohol; pero pensar que si no eres un hombre como tu padre lo pide, te irá mal, te ves obligado a hacerlo.
No le echo la culpa a mi padre de mi cáncer, lo único de lo que lo hago responsable es por no estar ahí, junto a mí cuando yo más lo necesitaba. Aria tenía toda la atención de ambos, ¿por qué no poderme dar sólo un poco a mi? Bueno, porque ella era niña, y las niñas merecen el doble de amor, atención y protección, mientras tanto los niños podemos ir descubriendo el mundo solos.

Las fiestas, las chicas, el alcohol y las drogas poco a poco se fueron convirtiendo en mi consuelo, en mi hogar, en una parte fundamental de mi vida, convirtiéndome en un verdadero hombre, como es que mi padre quería.

Tenía quince, era un niño cuando me dijeron que moriría joven, nunca me dijeron cuando, pero moriría joven; jamás me iba a poder casar, jamás iba a tener una hermosa esposa y niños pequeños, porque me iba a morir antes de que eso pudiera pasar, pero en ese entonces sólo tenía quince, lo único en lo que pensaba era en una fiesta con alcohol y chicas, no en una ridícula boda o una perfecta familia.

No le encontraba sentido a nada ¿quimioterapias? ¿para qué? ¿tratamiento? Me iba a morir de igual forma, escuché cuando el doctor se lo decía a mamá mientras ella lloraba, hiciera lo que hiciera, iba a morir.

¿Para qué fingir que era una gripa que se curaría con un par de citas con el médico? ¿Para qué fingir que iba a curarme?
No era una gripa, era una enfermedad mortal que me había buscado yo solo, haciendo lo que se me vino en gana. Entonces me iba a morir yo sólo, haciendo lo que se me viniera en gana.

Esos fueron los pensamientos de un niño de quince, ahora la cosa es un poco diferente pues eso pensaba antes de conocerla a ella, antes de que ella me enseñara a ver el mundo de una manera diferente, a darme cuenta de que hay mucho que realmente vale la pena y que tengo que descubrir, a darme cuenta de que no soy yo la única persona que importa en este mundo, y antes de que me enamorara de ella como un completo imbécil.

Jamás se lo dije porque siempre la he amado, y no quería que me mirara con lástima, que me tratara con lástima como alguna vez todos lo hicieron. No iba a decírselo jamás, pues en mis planes estaba que ella jamás se iba a enterar siquiera de que había muerto, ella jamás iba a sufrir por la jodida enfermedad que me estaba asesinando, y es que así era como quería que las cosas funcionaran.

Pero desafortunadamente los planes cambiaron, dieron un completo giro y todo está fuera de mis manos. Las cosas funcionan como no quería que funcionaran.

Tomé los audífonos que estaban dentro de la cómoda, reproduje whatever it takes y salí de casa. Decidido a darle un par de vueltas al vecindario, corriendo, con una velocidad alta, la velocidad a la que me gustaba ir cuando mi cuerpo necesitaba sacar todo lo que traía dentro, y que no me servía para seguir.

Corría y corría y pensaba en ella, en sus ojos grises que siempre estaban felices y que yo me encargué de entrisrecer, en su sonrisa que desapareció en un segundo y estaba seguro no volvería a ser la misma. Pensaba en la mujer que más he amado, y quería matar al mundo entero con mis propias manos, porque las cosas no tenían que ser de ésta manera.

Mi cuerpo temblaba y mi corazón gritaba, quería parar pero no iba a hacerlo porque todavía dolía, en mi estómago aún se encontraba ese gran golpe que había recibido, y esa sensación no me gustaba.

BRAD ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora