Capítulo 22

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Estúpidas pastillas antidepresivas.

Cogí una y me la tragué del tirón. Ahora un vaso de agua.

Mi madre se había tomado muy enserio todo esto.

Fuí al baño a desmaquillarme y a ponerme el pijama que me compró mi abuela por mi cumpleaños de diecisiete.

Se escucharon unos pasos en el pasillo.

- ¿Qué haces despierto? - Pregunté a mi hermano.

- La pregunta es qué haces despertándome. - Bufó.

- Perdona, vuelve a la cama.

- ¿Me acuestas?

Suspiré.

- Tienes once años, chaval.

Estaba demasiado mimado.

- Venga... vamos. - Dije empujándole suavemente por la espalda.

Le acompañé hasta su cuarto y le tapé con las sábanas.

- Gracias. - Dijo antes de volver a dormirse.

Entré en mi cuarto y cerré la puerta.

Sonó un silbido, como los que anuncian un mensaje de WhatsApp. Miré mi móvil, el cuál estaba sin batería, entonces... ¿qué había sonado? Volvió a sonar. Encima de mi cama observé el smartphone de ¿Thomas?

Elísabeth

Las lágrimas empezaron a recorrer mis mejillas.

- Yo... Yo no sé... - Corrí hacia él y uní sus labios a los míos. Empezó siendo un beso tímido, de arrepentimiento, para terminar siendo salvaje y apasionado.

- Te quiero. - Conseguí decir antes de que me agarrara de la cintura, me llevara a su coche y me quitara la ropa miestras seguía besándome.

Te quiero... Dos palabras que lo cambian todo... Te quiero...

Clara Atena

Cogí el móvil de mi amigo solamente para silenciarlo, pero llegó un nuevo mensaje.

WhatsApp de las 20:01 de Thomas a... ¿Izan?

Está mejor. Te echa de menos. No la has contado toda la verdad, espero que lo hagas alguna vez.

WhatsApp de las 20:03 de Izan a Thomas:

Me alegro mucho de que esté bien. La verdad se la contaré pronto, puede que haga un viaje de negocios a Madrid o Barcelona y me escape para verla.

Leí el siguiente mensaje de Thomas a Izan y no pude evitar empezar a llorar:

No, Izan. Está pasando página, cosa que TÚ también deberías hacer. ¿Qué quieres, que al verte vuelva a encerrarse en su casa porque encima la vas a decir que la estuviste poniendo los cuernos y que te fuistes a Londres para estar con la otra? Venga ya.

Cada palabra sentía que se me clavaba fuertemente en el pecho, cada una me hacía más daño que la anterior. Necesitaba gritar, necesitaba correr, necesitaba desahogarme. Cada vez que salía una lágrima de mis ojos me la quitaba con furia, ¡por muy enamorada que esté de ese capullo no se merece ni la más mínima gota de mis putas lágrimas! Me puse unos pantalones de chandal rosas que ni si quiera sabía que existían, una camiseta de licra blanca y unos botines. Hundí el móvil de mi amigo con fuerza en la almohada y salí dando un portazo de mi casa. Espera, ¿un portazo? Mierda.

Inocencia como FelicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora