Capítulo 12

561 29 0
                                    

Clara Atena

- ¿Harían buena pareja verdad?

Izan asintió.

- De hecho, me extrañó que no lo fueran.

- ¿Qué te apuestas a que terminan juntos?

Izan

No podía asegurar que nosotros siguiéramos saliendo dentro de un mes, treinta días, así que muchísimo menos me podía poner a pensar en Elísabeth y Jordan.

- No lo sé. Eso ya es cosa suya.

- ¿Qué te pasa? - Me preguntó parándose frente a mí de golpe, en medio de la calle.

- Nada. - La dí un beso en la frente, que parece que bastó para tranquilizarla.

                            ***

Las 19:46. Tenía exactamente catorce minutos para llegar al despacho de mi padre. ¿Por qué narices se me encaprichó un café de la cafetería que está unas manzanas atrás? ¿Y por qué no le pedí a Marianne, mi secretaria, que me lo trajera? Bueno, eso era fácil de responder, necesitaba tomar el aire, necesitaba olvidarme un poco de uno de los asuntos que trataría en trece minutos con mi padre y los demás directores de los otros muchos departamentos de la empresa. Una pequeña ráfaga de viento movió mi flequillo rubio.

19:50. Estaba en las puertas del gran edificio que parecía de cristal. Entré al recibidor.

- Buenos días señorita Coury. Su padre me ha pedido que le diga que la reunión se ha atrasado quince minutos, y que será en la sala C de la planta veintidós.

- Vale, muchas gracias Rachel. Que pase un buen día.

- Igualmente. - Dijo dedicándome una sonrisa.

19:55. ¿Tanta prisa para retrasar la reunión? Por lo menos me daba tiempo de ir a mi despacho y organizarme un poco.

Subí en el ascensor principal hasta la vigésima planta. Saqué una llave plateada y abrí la puerta de mi despacho. Era grande, bueno, muy grande, con un baño incluido. Ventajas de ser la hija del jefe. Justo delante de la ventana estaba mi escritorio, dónde se encontraba mi ordenador Apple, mi pequeño bebé. Me senté para revisar mis papeles y apuntar nuevas ideas.

El teléfono de la mesa sonó.

- Rebecca Coury.

- Buenas tardes, señorita Coury.

Era mi secretaria.

- La reunión ha pasado a la sala D de la planta diecinueve. En cinco minutos.

- Vale, muchas gracias Marianne.

Esa mujer siempre estaba ahí. Si no hubiese sido por ella, no habría sobrevivido ni la primera semana.

Bendita Marianne Dorothy House.

Guardé todos los documentos en un archivador y me pasé por el servicio para comprobar que iba adecuádamente y mi padre no me pudiera reprochar la falda, que me llegaba uno o dos palmos más arriba que las rodillas. Me alisé la camisa blanca y me recalqué un poco los labios de un tono algo distinto a un rosa palo, un poco soso, para mi gusto.

Lista.

Salí de mi despacho y eché la llave.

Sala D, planta diecinueve.

Llamé a la puerta.

- Adelante. - Dijo mi padre.

Estaba con su habitual traje de chaqueta negro, muy elegante, como siempre, sentado al final de la gran mesa de cristal, presidiendo ésta. A su derecha, cuatro hombres de unos cincuenta y muchos vestidos de la misma forma que él, y dos mujeres a su derecha con cara de pocos amigos, Dona Button y Ginger Mary Bennet.

- Buenas tardes. - Saludé.

Me senté en el otro extremo de la mesa, presidiendola también, al igual que mi padre. Alcabo de unos minutos llegaron los que faltaban.

La reunión para aportar ideas nuevas en la construcción de nuevos chalets en el extranjero comenzó.

Clara Atena

Estaba raro, lo notaba.

- ¿A dónde quieres ir? - Me preguntó. - ¿Quieres volver a la fiesta?

- No, no. Mejor damos una vuelta, ¿sí?

- Como quieras.

Me pasó el brazo derecho por mis hombros y me agarré a su cintura. Amaba que fuéramos así por la calle, pero sabía que algo andaba mal. Izan estaba raro desde que recibió esa llamada hace apenas un par de horas. Pero bueno, era su madre, o eso decía él, verdaderamente, no tenía ningún motivo para dudar de él..., ¿o sí...? 

Izan

Un mes... un solo mes... Tenía que decirle a Clara la verdad, ¿pero cómo podría decirle eso? Prácticamente la he estado engañando seis meses. 

Caminamos alrededor de una hora hasta llegar al Parque de María Luisa.

Al final del parque, hay una zona que parece un pequeño estanque, donde hay una especie de cerramiento que parece el porche de una mansión. Ahí le pedí salir a Clara hace siete meses.

- Este sitio es muy bonito. - Dije.

Me dió un beso en los labios.

- ¿Muy bonito, solo muy bonito? - Me miró con cara de niña pequeña decepcionada. - ¡Esto es precioso!

Inocencia como FelicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora