¡¡¡Cuguabongaaaaa!!!

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Cuau era el que la pasaba peor de los tres. De por sí no sabe nadar y que el dios de las olas le lance una de cortesía, se parece cuando te arrojan a una piscina de chiquito para que aprendas.

Esa última "acrobacia", como las gritaba el surfista, nos levantó tanto que terminamos cayendo encima de un quiosco con techo de palmas. Uno pensaría que amortiguaría la caída, pero no. Todavía quedan muchas vigas de madera que le dan soporte a su estructura y están diseñadas para lastimar de gravedad a cualquier idiota que se estrellara con ellas.

¡Estúpidos arquitectos! ¿Por qué tienen que hacer bien su trabajo?

Mi cara había caído por la viga central y medio me alegré de que no se me rompiera la columna vertebral. Escupí el agua salada que tragué y rodé para buscar a los demás. Que las palmas estuvieran igual de mojadas que yo no me ayudó a frenar y fui contra el piso.

Lo raro fue que me sirvió para recuperar la conciencia.

Estoy muy consciente del madrazo que me di.

Alguien me dio la vuelta boca arriba. Seguro creyó que todavía me ahogaba y aplastó el pecho con fuerza. No sé si Mica tenía la intención de salvarme o romperme una costilla.

-Ysha... Ysha deja... Estoy plien...

-Me temo que Tlalocan* es el inframundo equivocado. Necesito que te levantes y me ayudes a encontrar a Cuauhtémoc.

-¡Acá estoy!- voltee hacia donde venía aquella voz y lo encontré arrastrando los pies fuera del chapoteadero.

Me costó trabajo el levantarme. Deja tú por el golpe, toda nuestra ropa pesa 5 veces más de lo normal por lo mojada que está. Eso no nos va a dar ninguna ventaja.

Cuando los tres llegamos a la nueva orilla del mar, que era la barda de la calle por donde pasaban todas las personas huyendo hacia sus hoteles, decidimos que sólo nos iba a estorbar tanto peso muerto. Sudaderas y tenis quedaron fuera. Mica insistió que todavía no estaba lista para quitarse los pantalones frente a dos chicos.

-Okey, como quieras... Pero esa ola de allá terminara quitándotelo.

-Rezo a los dioses porque eso no pase.

-Luego discutimos sobre prendas prácticas para la natación. Estamos en el terreno de Acuecueyolt, el dios de las olas. ¿Él es quien convenció a los tlaloques de dejar a su madre?

-Me parece que no le importó pasar una ola de diez metros por encima de nosotros. Definitivamente es del que Chalchiuhtlicue hablaba.

Cerca de donde pasábamos, unas voces destacaban de las otras. Entre tanto escándalo, caos y miedo, sonaban muy felices y echaban porras al surfista divino.

-¡Eso estuvo asombroso! ¡Es mi turno! ¡Es mi turno!- gritó un tipo con playera sin mangas blanca y shorts de mezclilla.

-¡Olvídalo, Nappatecutli*! Tú ya te subiste las últimas cuatro veces, ¡ahora me toca a mí!- comentó otro sin playera en traje de baño color verde y blanco en cada pierna.

-El Señor de las olas es lo máximo, tiraré otro chapuzón más de agua para ver qué tan alto llega- dijo el de rastas y flores hawaianas en su camisa, mientras que el último con gorra naranja fosforescente y traje de baño con granjas verdes y anaranjadas le da un coscorrón.

-¿Bromeas? ¡La mía alcanzó los diez metros! Ni siquiera papá podrá superar mi record.

Esos deben ser los diosecillos de la lluvia de los que tanto nos hablaron. Casi todos tenían el cabello café de su madre, pero definitivamente no heredaron el gusto para vestirse.

Dany Hdz. y la Muerte del 5° SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora