(Último) La peor navidad de mi vida

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Al llegar a la ciudad subterránea, seguía dormido. A la mañana siguiente, también. Duré casi 24 horas inconsciente hasta que mi niñera fue a despertarme y obligara a ducharme después de llegar al Palacio del Gran Orador oliendo (literalmente) a muerto.

Nana fue muy amable conmigo. Estaba muy contenta de que pudiera verme convida una vez más y, más aún, porque ahora puede presumirles a sus amigas que su ahijado acaba de salvar al Único Mundo al someter al dios de la guerra.

No sé por qué eso ya me suena normal.

Como sea. Cuando salí del cuarto que los sirvientes habían preparado para mí, me enteré de que ninguno de los toltecas había abandonado la ciudad por cuenta propia. Supongo que podían apreciar la arquitectura azteca en todo su esplendor sin tener una lanza de obsidiana apuntándoles a la yugular.

Lo segundo que me enteré, es que el Gran Orador estaba organizando una fiesta para esa noche. Busqué a Cuau en su cabaña antigua, pero él me encontró en el camino. Resulta que trajo su familia a vivir temporalmente a la Casa de las Águilas, donde tendrían mejores camas (una para cada quien), comida abundante y una fogata encendida las 24 horas.

-Será por unas semanas. En lo que vemos dónde construir nuestra propia casa. Siempre serás bienvenido allí, lo sabes.

-Gracias, wey. La neta es que todavía estoy asimilando esto de quedarme en Tenochtitlán. Recuerda que mi mamá sigue pensando que me fui a Estados Unidos y debo de explicarle toda verdad. NO quiero mentirle toda mi vida.

Cuau asintió.

-Lo entiendo. Cuando le conté a tene, casi se desmayaba. Pero... ¿cómo volverás a tu casa? Eso queda del otro lado del país. ¿Pedirás un préstamo a tu suegro?

-Eeeeeeh... Todavía no estoy seguro de cómo decírselo al Gran Orador. Mejor me espero a la ceremonia de esta noche.

Después de eso, Cuau me invitó unas sabrosas quesadillas de tlacuache para sanar lo de los últimos días y pasamos el rato hasta que un Mensajero Veloz llegó a recogernos.

La multitud se acopló alrededor del Zócalo frente a la Gran Pirámide. Los mexicas tocaban música, los jóvenes toltecas intentaban acoplarse al ambiente cultural a su alrededor y Mica nos esperaba a los pies de las escaleras.

Los tres subimos y, conforme poníamos un pie en el siguiente escalón, los aplausos aumentaban y los gritos de animales no se hicieron de esperar. Al llegar a la sima, el Gran Orador Moctezuma II no esperaba con un par de sirvientes a su alrededor, unas vasijas de barro y su boca sin estar amordazada.

Recitó un discurso que Cuau fue traduciendo para mí como las típicas felicitaciones de graduación: "Muchas felicidades, blah, blah, blah... No podríamos haberlo hecho sin ustedes, blah, blah, blah ... Gracias por no morir en el trayecto". Lo usual.

Luego, el emperador tomó una brocha y la metió dentro de una de las jarras. Salpicó un poco de pintura roja extra y empezó a trazar varias líneas alrededor del cuerpo de Cuau. Luego hizo lo mismo con otra brocha, esta vez con pintura dorada. Ahora mi amigo parecía la cebra más rara del mundo, pero se veía contento y la multitud le aplaudía como si hubiera ganado un Premio Nobel.

Dany Hdz. y la Muerte del 5° SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora