Navidad, Navidad, feliz Navidad

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Si han llegado hasta ahora, me conocen lo suficiente para saber que no se me da el apoyo emocional y menos cuando todo se va al infierno. Incluyéndonos

Casi tan rápido como nuestro boleto de salida del Mictlán huyó despavorido, las cosas cambiaron para nosotros. No hubo tiempo para lamentarnos o pensar en un mejor plan. Pero conforme pasaron las cosas, pude aprender cómo opera esto de la "purificación de las almas".

Es cierto, hay 9 niveles del Mictlán. Pero no son niveles como los pisos de un edificio, sino como los de un videojuego.

Cuando uno muere, su alma necesita superar varias pruebas para conseguir la medalla en cada escenario que explora. Si ya pasamos en Nivel 1, donde tu objetivo es cruzar un río infestado de cocodrilos, seguimos "avanzando" en cada nivel. Cada uno con un desafío distinto.

Según la clase de Historia, cada nivel servía para que el espíritu del muerto fuera despidiéndose del mundo material. El río, que acabamos de cruzar, succionaría el calor restante al cuerpo y ayudaría a reflexionar de cómo llevaste tu vida. Algo muy filosófico, espiritual. Y los demás "niveles" se encargarían de triturar lo que te quedara de humanidad.

Tendrías que deshacerte de cosas inútiles como tu carne, tus entrañas, los recuerdos de tu familia y amigos... Sí, cosas inútiles.

Entonces, y solo entonces, cuando no eres más que un alma sin apego a tu pasado, estás listo para disolverte en el cosmos y dejar que tu ser sea uno con todas las vidas anteriores a ti y blah, blah, blah... Cosas de religión... Blah, blah, blah...

La verdad no puse mucha atención a esa parte.

En las últimas horas (según el reloj que le di a Cuau), los tres estuvimos atravesando estos "niveles" aun sin dar un paso.

Luego, de salir del Apanohuaia, dos oscuras paredes nacieron del suelo para alcanzar los que hubieran sido las nubes en la tierra de los vivos. Ciertamente me recordaron a un escenario de Mario Bros., pues estos bloques se estrellaron una contra la otra y supe que este era la segunda prueba del Mictlán.

Para no hacerles el cuento largo, pasamos por allí sin quedar como calcomanía. No fue sencillo. A veces duraban solo 3 segundos en volver a cerrarse y otras como 10 minutos. Tuvimos que esperar a encontrar un patrón y corrimos para atravesarla.

Luego, volvió a crecer otra roca gigante. Esta vez, era una puntiaguda y filosa montaña de obsidiana la que debíamos escalar. Para un muerto hubiera sido fácil, solo se le caen las piernas zombificadas y arrastran sus huesudos traseros por esa ruta, pero para seres vivos como nosotros fue muy molesto destrozar nuestros uniformes en el trayecto.

Cuau parecía la mascota de KFC después de desplumar sus piernas casi por completo y sus brazos estaban descubiertos. Mica sufrió algunos arañazos, pero nada serio. Y mi gabardina, que arrastraba de por sí, quedó rasgada por completo de la parte inferior y colgaba como el velo de un fantasma.

Pensándolo bien, se ve mejor así.

Pero la falta de ropa no nos benefició más que para un cambio de look, tampoco para el cuarto nivel: Cehueloyan, la tierra del invierno eterno.

Por lo que me contaron, el viento frio de la superficie viene directamente de aquí cuando la estación del año lo amerita. O lo mismo, hacer que las extremidades de los muertos se petrificaran en el camino. Lo que casi nos pasa, si no nos hubiéramos detenido para descansar.

Calenté mi cuerpo, no por el deseo egoísta de sobrevivir, sino para sacar mi espada de mi estuche congelado y tener una fuente de calor más amplia para todos.

Clavé la espada en el suelo congelado, encendí el metal y nos colocamos alrededor de nuestra antorcha improvisada. Si lográbamos resistir un rato así, lograríamos pasar la mitad del inframundo en solo dos días. Llegaríamos al último nivel antes de los Cinco Días Muertos y el Único Mundo se mantendría en el Quinto Sol. Volvería a casa para soplar las velas e intentar tener una vida normal.

Dany Hdz. y la Muerte del 5° SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora