El camino hacia ti

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La vida para mí nunca fue fácil.

Recibí golpe tras golpe, intentando levantarme después de cada derrota.
Algo en mis adentros siempre me decía que no era momento de darme por vencida.
Quizás, esa voz siempre fue la tuya, aún antes de conocernos.

Son extraños los misterios del mundo así como también son extrañas las vueltas que da la vida.
El destino, por una razón que desconozco, me llevó hacia ti.

Después de ese día no te volví a buscar pero al pasar la semana sin verte, me topé contigo.

"¡Fíjate por dónde caminas, imbécil!"-te grité.
Los dos íbamos de prisa y me lastimaste sin intención.

En ese momento me molesté, pero ahora podría jurar que el haber coincidido contigo ese día, fue el mejor de los choques.

No me sentía nada bien.
El frío que tenía, tanto en el cuerpo como en el alma, era mucho.
Me dolía el pómulo izquierdo: la víctima favorita de mi marido.
Los ojos me quemaban por las lágrimas guardadas en ellos.
Mi humor estaba por el suelo pero tú lograste levantarlo.

Me invitaste a tomar algo contigo en la misma cafetería y acepté.

Resultaste ser un hombre simpático y caballeroso, con un gran sentido del humor.
Era imposible aburrirse contigo.
El ambiente fue muy agradable y las horas pasaron rápidas.

Me contaste algunas cosas sobre ti y a mí me tocó hacerte preguntas y fingir que no sabía nada.
En mi defensa, te digo que era más bonito escucharlo todo directamente de tu boca.

Esa noche no pude dormir, pensando en ti.

¿Pudiste oír mi pensamiento, Saúl?