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Después de una noche muy agitada de insomnio, llena de dolor y preguntas, llegó finalmente la mañana.

Mis manos seguían atadas.

Noté que habían dos cámaras de vigilancia, que seguramente me observaban en continuación.

Odiaba encontrarme en aquel lugar desconocido, en las manos de Mauro y lejos de mis personas queridas.
Estaba harta, cansada de tanto sufrimiento y desgracias.
Pero también sentía en mí una gran fuerza interior, algo que me animaba a seguir adelante.
Tenía demasiadas razones para seguir viviendo.
Si no morí fue seguramente por un motivo.
Necesitaba luchar, escaparme de allí, encontrarlos a ustedes.

Entró la enfermera llevándome medicinas y otro batido.

Luego, pasó una hora y apareció mi verdugo, ese animal poco hombre.
"Mauro..."-dije con un hiló de voz.

"Por fin cara a cara después de más de cuatro años, mi querida Altagracia."

Quería hacerme la dura, pero unas cuantas lágrimas se apoderaron de mis ojos.

"¿Por qué me tienes aquí? ¿Qué pasó después del disparo? No entiendo porque te enseñaste tanto conmigo. Deberías estar en la cárcel y podrirte en ese lugar."-dije con odio.

Río sarcásticamente.

"Por tu culpa pisé la cárcel por dos meses, mientras duró el proceso. Esto jamás debía haber pasado. Pero al menos entendieron que fue en defensa propia y me liberaron."-su ironía y su cinismo no tenían límites.

Él tenía contactos en la policía y también logró comprar al juez que llevaba el caso.
Mi rabia y mi impotencia aumentaron.

La corrupción era la gran dueña de ese País.
¿Cuándo dejó de importarnos el dolor ajeno y la miseria humana y nos volvimos esclavos del dinero y de las ansias de poder?

"Eres un maldito desgraciado."

Se aventó sobre mí tomándome por el mentón.
"Cállate perra. Tú fuiste la que me traicionó con ese periodista de quinta. Asume las consecuencias de tus actos sin quejarte."

Quería liberarme de su agarre y pegarle una cachetada pero los lazos que me ataban a la cama me lo impidieron.

Me contó que después de lo sucedido, la sirvienta llamó a la policía y esta se lo llevó.
Me tomó una ambulancia y el personal de turno, no logrando reanimarme, me declaró muerta.
A la morgue el doctor, Isauro, se dió cuenta de que en realidad yo estaba en muerte clínica, con un pie acá y uno allá.
Era un amigo suyo, otro vendido, y no dudó en ir a la cárcel a contárselo todo a Mauro.
Ellos dos idearon el plan de mantenerme en vida artificialmente, encerrándome en este cuarto y esperando a que despertara del coma.
Lo que tú Saúl enterraste y lloraste fue un sarcófago vacío.

Terminó de contarme todo esto.
Por la desesperación y los nervios le escupí en la cara ya que era lo único que podía hacer.
Me dió una bofetada.

Siguieron unos minutos de silencio.

"Mi bebé...¿que le pasó? ¡Dímelo!"

Calló y se fue, cerrando la puerta con un seco golpe que me provocó escalofríos.

"Ese bastardo llegó a nacer."-me confesó la mañana siguiente...

El camino hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora