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En la madrugada me propusiste por la primera vez que me escapara contigo para empezar a tu lado una nueva vida, lejos de todo el sufrimiento.

¿Cómo explicarte que tenía una hija con ese hombre y no podía abandonarla?

Acaricié tu mejilla mirándote tiernamente.
Me despedí de ti de la mejor manera dándote un largo y apasionado beso.
Luego, con mucho miedo en mis entrañas, tomé un taxi y me fui para mi casa.

Eran las diez de la mañana cuando llegué.

Recé por el milagro de que Mauro fuera ausente por negocios y no se haya dado cuenta de nada.
Sin embargo, no tuve toda esta suerte.

Me estaba esperando en mi cuarto, fumando un cigarro y tomando una copa de cognac.

"¿Dónde carajo estuviste toda la noche?"

Le dije que fui en la playa porque me puse nostálgica: necesitaba recordar mi niñez; el cansancio me ganó y sin quererlo me quedé dormida allá.

No me creyó.
"¿Me vez la cara de imbécil, o que?"

Se levantó de su asiento.
Cerré los ojos esperando una bofetada que en ese momento no llegó.
En cambio me agarró fuerte por el pelo con una mano y por el mentón con la otra.

"No te doy tu merecido ahora porque esta tarde tenemos una cena importante aquí en la casa. Te quiero lista para las seis. Así que báñate y vístete elegante. Y pon una mejor cara, no la que tienes ahora. ¿Captas?"
Me soltó y se fue.

Tragué en seco y contuve mis lágrimas.

Fui a ver a mi hija, ayudándola a hacer las tareas y después me alisté para la dichosa cena.

Apenas los invitados se marcharon, subimos, dirigiéndonos hacia nuestra recámara.
Pero en el pasillo me agarró del brazo para detenerme y, tomándome desprevenida, me tiró un puñetazo en la cara.
El primero, de los muchos que siguieron.

"Esto es porque no creí nada en tu cuento de la playa."

Me tiró el segundo puñetazo.

"Y esto porque me pareció que le estabas coqueteando a nuestro invitado."

"Yo nunca le coqueteé a nadie. Detente, por favor."-dije con un hilo de voz.

Sin embargo no me hizo caso.
Parecía que vió en mí su saco de boxeo.
Sentí el sabor de sangre en la boca.
Me retorcía por el dolor.
Uno de esos golpes me hizo perder el equilibrio y caí por las escaleras.

No supe más nada de mí hasta la mañana siguiente, cuando desperté en una fría y solitaria cama de hospital.

Unas lágrimas bajaron por mi rostro al recordarlo todo.

~Que diferentes serían las cosas si mi marido hubieses sido tú, Saúl.~pensé.

El camino hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora