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Dejé pasar unos días, los necesarios para recuperarme físicamente.

Estaba allí sola en ese triste cuarto sin poder tener una conversación decente con nadie, sin poder ir a pasear, sin ver gente pasar por la calle o niños jugar en el parque, sin sentir aire fresco y perder mi mirada en el cielo azul.

Esa era una tortura, por lo menos por mí, y Mauro lo sabía.

Sentía que me iba a volver loca pero me prometí a mí misma que no me voy a rendir tan fácilmente.
No me iban a ganar.

En esos días de encierro y soledad las preguntas y los pensamientos no me dieron tregua.

~¿Qué habrá sido de tu vida en todo este tiempo Saúl? Pasaron tantos años...Tú eres un hombre muy guapo, trabajador, fascinante. Un hombre que necesita estabilidad y que siempre soñó con tener una familia suya. Seguro habrás encontrado a otra; una mujer que verdaderamente pueda hacerte feliz, a lado de la cual no corras riesgos y peligros. Además, llega un momento en el cual todos se cansan de esperar y ya pasaron casi 5 años desde mi supuesta muerte.~

El sólo pensamiento de que estuvieras con alguien más;
que la besaras así como me besabas a mí;
que le ofrecieras tus brazos como amparo, esos brazos que alguna vez fueron míos;
que le hablaras bonito e hicieras el payaso con tal de verla reír;
que ella tocara tu piel desnuda descubriendo tus rincones más escondidos y todos tus secretos;
que se quedara dormida sobre tu pecho caliente...
Pensar que todo esto podía ser una realidad era para mí como una puñalada en el alma, me estaba quebrando el corazón.

Deseaba encontrarte a como de lugar.
Y sin embargo tenía demasiado miedo de que ya no fueras mío.
Tenerte frente a los ojos, estar a unos pasos de ti y ya no poder tenerte, no pertenecerte más...Ese era mi temor más grande.

Saúl, ¿me seguías amando?

Luego estaba mi hija.

~¿Y Sara? ¿Qué habrá pasado con mi niña bonita? ¿Cómo estará? ¿Te la llevaste contigo o la abandonaste a su suerte? No, Saúl. Yo sé que no serías capaz de abandonarla. Quiero creer que está contigo, en un lugar seguro. Me acuerdo cuando me dijiste que la ves como tu propia hija y que la quieres mucho. Esto me reconforta.~

Y por último estaba mi bebé.

~Ni siquiera vi su carita cuando nació. No pude oír su llanto cuando salió de mi vientre y él no pudo sentir los latidos de mi corazón de madre. No pude calmarlo entre mis brazos ni pegarlo a mi pecho para que se sienta protegido gracias al calor de mi cuerpo. No logré tararearle una canción de cuna. Nada de esto...
No sé si tiene tus ojos, Saúl, o quizás los míos. No tengo la mínima idea a cual de los dos se parece. ¡Si por lo menos tuviera una foto suya para conocer su rostro! También me gustaría tener entre mis manos la primera prenda con la cual lo vistieron para poder estrecharla y sentir su olor.
Pronto te encontraré mi niño, te lo prometo. No pierdas la esperanza.~

Todo esto me consumió lentamente en las primeras dos semanas allí.

El camino hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora