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"¿Mauro?"-susurré.
Hice una breve pausa.
"¿Cómo se te ocurrió llamar a mi hijo así!?"-grité con todo el aire que encontré en el pecho.

Estaba totalmente descontrolada.
Sus palabras, su maldad, todo lo que me hizo y lo que me contó...me dejaron impotente, sin fuerza y con mucha rabia acumulada.

"Ya te dije el motivo, no pienso repetírtelo. Ahora trata de sentirte a tu gusto aquí, porque esta será tu habitación desde ahora en adelante."
Lanzó una de sus risas maléficas y se fue.
Me dejó sola con mis lágrimas y mi desconcierto.

Tenía un hijo del amor, así como siempre lo había soñado.
Sin embargo no estaba a mi lado; estaba lejos quién sabe donde y con quien, pasando necesidades.
¿Cómo lo iba a encontrar?
Tenía que recuperar todas las fuerzas para armar un plan y escaparme de ese lugar en el que me tenían encerrada y luego buscar a mi niño y a ustedes dos.

Mauro...mi hijo se llamaba como el hombre que más odio en la tierra, que se dedicó día y noche a hacerme sufrir.
¿Cómo iba a acostumbrarme a esto?
Aún así era mi bebé y quería conocerlo, abrazarlo, llenarlo de besos y cariños, ofrecerle todo mi amor de madre.

Al rato llegó la enfermera con comida y algo de ropa, sacándome de mis pensamientos.
Observé mejor el lugar donde estaba. Esa camilla, un escritorio y un viejo armario era todo lo que componía esa habitación.
Me desató las manos, ordenándome que coma todo y que vaya al baño para lavarme y vestirme.
Así lo hice.

Entré al baño. Era minúsculo y sucio pero allí por lo menos había una pequeña ventana.
La abrí, inhalando aire fresco por la primera vez durante mucho tiempo y dejando que los rayos del sol invernal iluminaran mi rostro pálido e hinchado.
Era un frío mes de febrero, así como cuando te conocí.

¡Te extrañaba tanto, Saúl!
Necesitaba escuchar tus palabras reconfortantes, buscar amparo entre tus brazos y sentir el calor de tu cuerpo.

~¿Será que algún día nos volveremos a ver, amor?~

El camino hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora