Lo único que veo es una fuerte luz cegadora en mi rostro, me quejo e intento protegerme con la mano, pero luego recuerdo que estoy amarrada de manos y pies a la cama y solo puedo soltar un resoplido.
—Papá, no soy el exorcista —le digo a papá, quién está comiéndose las uñas nervioso, con el trasero en el borde de la cama, mientras que mamá coloca alguna cruces en la cabecera de la cama. Hay un espejo largo a un lado de la cama, y papá mira alternamente entre el espejo y yo. No sabe si mirarse a sí mismo o a mí.
—No sabemos lo que pueda pasar, cielo.
Tiene miedo. Lo noto por su postura y su cuerpo tensado, ha fruncido el ceño y está pasándose las manos por el cabello continuamente. Pero no puedo reprocharle nada porque yo también tengo miedo. A pesar de que nunca sé con exactitud cuando ella toma mi cuerpo, puedo sentir cuando se aproxima.
—Papá, si de alguna forma esto no llega a funcionar, siempre se puede encontrar otra forma. —Busco a los ojos de papá y le lanzo una mirada esperanzadora—. Lo sabes, ¿verdad?
Por un momento noto una tristeza en los ojos de papá, pero inmediatamente lo reemplaza con una sonrisa confortante.
—Por supuesto, cariño. Siempre estaré buscando.
Hago una mueca. No me gusta la idea de mi papá pasando toda su vida buscando un remedio para algo que no tiene solución.
Suena el timbre, seguido de un irritante golpeteo en la puerta. Mamá inmediatamente deja caer las cruces que estaba por acomodar y abre la puerta de mi habitación algo escamada.
—Ha llegado.
No puedo evitar sentirme nerviosa. Ha pasado un tiempo desde la última vez que un sacerdote nos ha visitado que he olvidado la sensación de ser como un animal zoológico. Siempre maravillados pero alejados.
Comienzo a mover los dedos de los pies y manos en un acto desesperado. Papá, al darse cuenta de mi reacción, me lanza una mirada tranquilizadora.
—No desesperes, cielo. Si no fuera bueno en lo que hace, Lily no lo hubiera recomendado.
—¿Lily?
Intento esconder mi estupefacción por unos instantes sin éxito.
—Es una buena chica—comenta papá con expresión cariñosa.
No tengo razones para protestar.
La puerta se abre repentinamente haciendo que pegue un salto (que hace que me duelan más las muñecas por las cuerdas) y mamá entra con expresión impredecible. Luego de que entrara mamá con el cuerpo en tensión, aparece en el marco de la puerta un muchacho de aproximadamente dieciocho años, con postura altanera. Observa la detenidamente la sosa habitación con ojos inquisidores. Se detiene un poco más en el espejo sucio y en la cama ladeada a la que estoy amarrada.
Hace una mueca de desagrado.
—No podré trabajar bien si el lugar no está en buen estado—advierte sin mirarme. Aunque me da la sensación de que se refiere a mí cuando dice que no está en buen estado. En realidad no me veo muy bien.
Lleva unos jeans ceñidos combinados con una camiseta gris un tanto sucia y encima lleva puesta una chaqueta negra de cuero. Completamente diferente de lo que se espera de un tipo de la iglesia. ¿Acaso este es el hombre que me librará de mi maldición? No lo creo. Y al parecer papá tampoco ya que, al inspeccionar al chico con la mirada, levanta su trasero del borde de mi cama y se detiene a unos metros del muchacho.
—¿Eres tú el sacerdote?
A pesar de que intentó parecer intimidante, papá lo único que logra es una expresión aburrida del supuesto religioso. El chico ignora su pregunta.
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Princesa de las Tinieblas (Herederos del Infierno #1)
ParanormalCada persona tiene su oscuridad interior, pero... ¿Qué pasaría si fuera más literal? Cassie Valverde ha pasado gran parte de su vida conteniendo una oscura entidad que intenta salir, alguien que se ha unido a ella de una manera que nunca creyó posib...