Capítulo 26: El Libro de los Infiernos

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Después de que descansara durante varios minutos sobre el suelo, Alana me ayudó a incorporarme y me mostró algunas técnicas demostrativas de los dones, además de lo que se necesita para identificar a un demonio o bestia, pero no hicimos mucho, porque rato después llegó Tara pidiendo permiso para llevarme.

            Alana acepta gustosa y la verdad es que creo que justo luego de que Kata sufriera un colapso por el contacto con Lucifer, Alana ya deseaba que me fuera. Me parece que el sucedo las aterró a todas. Pero no entiendo por qué se ponen de esa forma, si todas ellas adoran al infernal, según creo.

            De todos modos, Tara me saca de la sala de entrenamiento con cierta indiferencia. No dice nada mientras recorremos los pasillos de la Casa, aunque si hace alguna mueca cuando cruzamos con algún guardián sudoroso y recién ejercitado. Soy yo la que hace muecas de horror cuando nos encontramos con un desencarnado arrastrándose por el suelo del pasillo, pero a Tara no parece afectarle.

            Al pasar unos segundos de silencio incómodo, Tara empieza:

            —Deberías de tener cuidado con esos cazadores que llegaron. Me han dicho que vienen con otras ideas —dice sin mirarme.

            —Pero son mis amigos, los conozco —replico con agresividad.

            —Aun así siguen siendo cazadores. Te recomiendo que no confíes en ellos, son sádicos y agresivos —repone Tara ignorando mi comentario.

            Me enfurece la indiferencia en sus expresiones, como si lo que hablara no fuera de mucha importancia.

            —Ustedes también en su momento fueron cazadores, son exactamente igual a ellos. No hables de mis amigos si no los conoces.

            Tara se detiene abruptamente y me enfrenta con mirada altanera.

            —¿Te relacionas con ellos? ¿Con el enemigo? Recuerda que ahora eres una guardiana de bestias y Lucifer pisa tus talones, no puedes defraudarlo. Eres parte de esta familia, no de esa escoria cazadora.

            —Tengo una familia y no está ni aquí ni allá, sino en mi casa y sólo respondo a ellos —le contesto con el mismo tono fuerte de voz.

            Tara me hace unas muecas de desagrado pero no me importa lo que ella piense. Le devuelvo la mirada y la sigo con firmeza cuando retoma el camino. No me puedo creer que Jan tenga algo con ella. ¡Es tan horrible!

            Llegamos hasta la puerta de mi habitación y Tara la abre con una varita parecida que usó Jan anoche. Me deja entrar pero no hace ademán de internarse ella. Me observa con los labios apretados desde el marco de la puerta.

            —No dejes entrar a nadie, te dejaré la llave así que cuídala bien. —Me lanza la varita larga, que guardo en el bolsillo de mi pantalón. Cierra la puerta antes de irse y de inmediato la aseguro con la varita.

            Me saco la blusa manchada que llevo puesta y la cambio por la una oscura y de tirantes. Al acercarme al espejo del cuarto me doy cuenta que tengo una mancha de sangre por mis bigotes y labios, una clara muestra de que sangré por la nariz durante el ritual. No intento limpiarla con la blusa, ya después me encargo de los rastros de sangre.

            Cambio mis pantalones por unos pants y justo cuando estoy por ponerme calcetines alguien toca la puerta con agresividad. Espero a que den el siguiente toque para acercarme a la puerta y gritar desde detrás de ésta:

            —¿Quién es?

            —La vieja Inés —responde una voz masculina con burla. Carter, cómo no.

Princesa de las Tinieblas (Herederos del Infierno #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora