XIV "Knarlajt Vizenrṻ "

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El castillo de piedra ardía en llamas, las brasas se extendían por todos los pasillos, consumiendo los muebles, los cuadros y las reliquias más antiguas que este poseía; el humo ascendía, escapándose por las ventanas superiores y las gigantescas chimeneas sobre los techos de las salas privadas. El desastre que seguía al fuego parecía ser aún mayor, ya que los habitantes de Fonsheka corrían de un lado a otro para escapar del fuego y las revueltas; surgieron demonios de segunda clase que se habían mantenido prisioneros en las celdas inferiores del castillo, y algunos que, con suerte, lograron salir de las fosas con menor profundidad. Los Baphs corrían en ordenadas filas para evitar el escape de más prisioneros, aunque no podían evitar la partida de todos. Ya no tenían un lugar cerca que les fuera de utilidad para retenerlos a todos, así que aquellos que eran atrapados, al instante eran destruidos sin piedad. Un par de íncubos femeninas se ocultaban detrás de una montaña de escombros; no eran más que tablones, rocas desprendidas y unas cuantas puertas rotas, una de ellas se asomó con precaución de no ser vista, y luego observo a su compañera. La otra tenía la cabeza rapada y unas enredaderas tatuadas en la piel lisa, justo sobre su oreja.
—Ahora —le susurró, y ambas salieron a toda prisa de detrás de los escombros apilados.

Sus pisadas parecían no emitir ruido alguno, y aprovecharon la ventaja de tener a los solados lejos para tomar un camino que las condujera a un lugar seguro. Giraron en una esquina, perdiendo de vista el castillo, la chica rapada paro en seco al ver frente a ellas al demonio que les había infundido terror desde que las arrojaron a las sucias celdas de Fonsheka. Él les sonrió con malicia, sus ojos grises se oscurecieron como si una sombra se hubiese posado en ellos.
—Te vas al diablo y una hija de perra logra que destruyan tu ciudad. Ojalá que las entrañas de Lucy estén siendo devoradas pedazo a pedazo por gusanos dimensionales —comenzó a caminar lentamente, relamiéndose los labios —. No han cambiado ni un poco.

Las chicas evitaron moverse, porque presentían el ataque de Baphomet contra ellas. Cada paso que daba les infundía escalofríos, escuchaban como el eco de sus botas se agigantaba cada segundo. Los ojos del demonio pasaban de una a la otra, eligiendo cuál sería su primera víctima; había pasado mucho tiempo alejado de su ciudad, vagando en los parajes más lejanos y solitarios, ocultándose como criminal en la ciudad del pecado, y haciendo miserables las vidas de algunos demonios de menor rango. Le cosquilleaban los dedos por volver a sus violentas andanzas. Señaló a la chica con cabello negro.
—Tu primero.

Baphomet abandono su agraciado porte habitual, y las espinas grisáceas salieron de su espalda como si fuesen parte de su columna. Donde estaban sus ojos ahora había cuencas vacías y negruzcas como pozos profundos; crecieron sus garras y todo él se había transformado en un enorme demonio de horrendos dientes y largos cuernos blancos. Parecía, incluso, más delgado – al punto de ser esquelético – y sus piernas no eran humanas, sino animales. Los gritos de ambas mujeres fue lo último que se escuchó de ellas.

El castillo parecía una gigantesca bestia con vida, con su interior consumiéndose en fuego, parecía respirar profundamente. Ya no había nada más que hacer al respecto, los soldados de la ciudad se mantenían de pie ante la estructura que se desmoronaba como hecha de papel; al cesar el fuego seria como una antigua ruina donde podrían quedar algunos objetos importantes, con suerte, cosas que el fuego no consumiera por completo. Una enorme puerta Egea se abrió a un par de metros de los soldados armados de la ciudad, estos se dieron la vuelta casi al mismo tiempo, no esperando encontrarse con la reina y sus allegados, desde luego. Sin embargo, allí estaban, sin caballos ni formalidades; a Massacre la seguían, Kyel, Red y Ananel, todos vestidos con oscuros atuendos para el frio, y con armas enfundadas en la cintura.
Recibieron una rápida reverencia, luego se acercaron cuanto pudieron al castillo en llamas, olía a azufre por doquier -. Ananel se quitó la capucha que le cubría incluso parte de los ojos, y echó una curiosa mirada a la nieve del suelo, luego al fuego rojizo que seguía tan vivo como al inicio.

Queens of HellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora