XV "Disturbio"

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El desastre no dejaba de esparcirse como sangre derramada. Los primeros rumores de que el ejército del caído se reunía con cada vez más soldados, comenzaban correrse por las ciudades y los parajes más inhóspitos del infierno; era tormentoso todo aquello que nadie más sabia sobre la sangrienta guerra, ya que nadie podía tomarse la libertad de correr hacia las caballerías con la intención de preguntar que sucedía realmente. Los grupos guiados por Any para mantener el orden estaban cada vez más presionados a medida que avanzaban los días. Centenares de criaturas enloquecían y corrían hacia los territorios contiguos al palacio negro con la intención de entrar en el o de formar revueltas; los escándalos eran tediosos al igual que superfluos, solo ayudaban a que otros se volvieran igual de locos o torturados por la desesperación. ¿Acaso no era el temor a Lucifer y su estirpe por haberse vuelto contra ellos? Él había desparecido del corazón del reino en un abrir y cerrar de ojos, tan rápido que no pudieron siquiera hacer nada. Para cuando habían pensado en reaccionar, Massacre y las suyas se habían apoderado de los tres infiernos. Había furia a donde quiera que se mirase, incluso en Valles de Plata – un poco más pacífico que cualquier otro – donde los Hydar montaban guardia día y noche; Hyle Lenfer debía estar presente para llevar el control de su división, pero Kyel había insistido en sus entrenamientos finales con la Orden sombría, así que Valles cayó en manos del mismo Lendhil, fiel protector y amigo de la líder de cabello lila.

Se había dado la estricta orden de bloquear las puertas Egeas y las dimensionales de simple uso, a no ser que se tratara de asuntos realmente urgentes que – desde luego – requerirían la aprobación de algún superior a cargo. Para entonces la ciudad de Fonsheka había quedado completamente vacía de sus habitantes y solo yacía la guardia de la soberana, adoptando las tierras como suyas, llenándolas de armas, caballos y bestias. La nieve comenzaba a endurecer cada vez más, de cierto modo era útil para movilizarse sin demasiadas dificultades, pero por otro lado, significaba algo siniestro y peligroso.
Se habían congelado los lagos y ríos del reino, los árboles, los picos de las montañas; aunque el mar negro se mantenía implacable, furioso, batiéndose de un lado a otro como si fuese agitado desde el mismo fondo. No podría cruzarse jamás, no de ningún modo conocido. La cadena de montañas Drassyl, al este de la Mansión de la Alegría, el dichoso y curioso hogar de Red, se había cubierto de un manto tan puro, tan blanco que parecían colmillos de algún animal gigante. No podían flanquearse, así que los pasos entre estas fueron sellados con el mismo sistema de Valles de plata, la pared de enredaderas que consistía en infinitas cantidades de espinas sobresalientes.


El ruido chocante de las espadas y forcejeos abruptos había cesado después de algunos minutos. El corazón del palacio se había transformado en una carnicería, cuando los demonios osados entraron con afán de lastimar a la reina o a cualquiera que se interpusiera en su camino. Massacre estaba famélica, deseaba sangre, muerte; los inútiles demonios no percibieron la sombría trampa en su contra, cuando ella misma les permitió la fácil entrada solo para acabar con ellos y llenar sus ansias de destrucción que no hacían más que crecer cada segundo. Entraron creyendo que habían forzado la entrada con su "poder" incluso se encontraron con que los salones estaban vacíos, y la sala del trono no tenía demasiados guardias, aquella única figura que resaltaba era ella, la reina, con una mirada fría e indiferente hacia los intrusos. La sangre había salpicado por los aires como si fuesen gotas de agua. Había manchas rojas en el piso y algunas columnas, destellos de una obra de carne ahora sin vida; era una escena sublime, hermosa para los ojos de la soberana, caminando entre los cuerpos inertes, repletos de mutilaciones, quemaduras y cortes de sus espadas gemelas. Se cubría el suelo con al menos una veintena o más, de cadáveres. El chasquido horrido de la sangre llamo su atención, a sus espaldas se había puesto de pie – con dificultad – uno de los abatidos, sosteniéndose el costado sangrante con sus largos dedos inhumanos. Los ojos que no se definían con color alguno parecían estar inyectados en sangre, como si de esto estuviesen hechos; blasfemó algo en contra de la figura femenina y esta sonrió, deleitada por la fiereza e impertinencia del demonio.
—Oh, que dicha cuando se resisten, aunque me gusta verlos morir fácilmente, siempre es un placer. Pero a veces, cuando uno se levanta de nuevo para saborear el amargo néctar de la muerte, me causa más placer que nunca.

Queens of HellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora