II ''Conspiración''

115 10 3
                                        

El sol comenzó a ponerse al horizonte, tan brillante como si estuviese amaneciendo; el cielo adquirió un tono anaranjado intenso y se cubrió con nubes rojizas que le confirieron el aspecto de un cielo moribundo. Durante esas horas del día los residentes de la ciudad del Valle Phrisma se adentraban en sus casas; la mayoría de ellos eran pobres almas que en vida habían perdido algún trato con Lucifer o en todo caso, que hicieron cosas malas e inenarrables en nombre de una cierta cantidad de demonios que buscaban diversión. El resto de los pecadores e inmundas almas eran castigados por los Raazah, carceleros y torturadores del Infierno. Eran horrendas criaturas a las que les encantaba provocar dolor extremo; siempre se decía que muchos preferirían sufrir cualquier otra tortura que caer en manos de estos seres. Todos ellos eran grotescos, altos y de sobrehumana fuerza, pero no solo eran adictos a torturar, sino también, eran adictos al dolor en sí.

Algunos humanos, sin embargo, tenían lugares muy privilegiados en la ciudad Dheztmond a las afueras del muro, dicha ciudad estaba bajo el mando de los hermanos Grigori. Los ángeles rebeldes levantaron la ciudad del Pecado como un arquetipo de Las vegas y Tokio, pero mil veces más grande y extraordinaria. Las luces estaban encendidas siempre, nunca podía verse un solo espacio que permaneciera entre las sombras; por supuesto, se encontraba también en una zona desértica y poco poblada. Allí, en una ciudad como esa, no importaba demasiado qué clase de persona eras o lo que ibas a buscar, solo importaba el vicio.

Massacre, como solían llamar a la reina desde los primeros tiempos, se apoyó en la terraza del salón de reuniones, y se quedó observando más allá, como los seres de su reino se reunían en las armerías dentro de sus tiendas de campaña o entraban y salían de las puertas flotantes que se mantenían suspendidas cerca de sus casas y sobre sus cabezas. A lo lejos vio cuando uno de ellos comenzó a ascender por una escalera casi transparente - de no ser porque se veían algunos destellos de esta – hubiese jurado que estaba caminando sobre el aire mismo, y desapareció tras una puerta gris. Un joven de cabello naranja revolvía papeles en el escritorio tras ella, cauto, le echo una rápida mirada, pero la reina no lo observo si quiera, así que siguió rebuscando hasta que dio con un par de hojas color beige; se detuvo muy firme —. Todo listo, majestad. Entregare esto a los soldados.

—Hazlo. Dile a Treznor que lo quiero aquí en dos horas con sus soldados de alto rango.

Kyel cruzó la puerta pasando junto al chico de pasos apresurados, este a penas torció la mirada para ver al guardián y continuó su camino fuera del lugar. El hibrido se dirigió hacia la reina y cruzó los brazos tras la espalda con rigidez sin perder su característico porte. El guerrero pensó por un instante en cuantas veces había tenido que repetir el mismo gesto servil, siempre, desde que nació en la oscuridad. A pesar de cuanto le doliera no ver allí a su antiguo líder, sabía que tenía que prestar su servicio, pues así lo había jurado, y esa clase de juramentos eran aún más complicados. Después de mucho tiempo ese seguía siendo su deber primordial, para eso fue creado:

Ella se giró para recibirlo, su mirada se posó en los fieros e intensos ojos del semi demonio. El comprendió tras aquella mirada el por qué decidió quedarse a protegerla en lugar de huir del Palacio o ser exiliado como todos los demás que rehusaron mantener la lealtad a la reina. Kyel la había visto llegar, la vio apoderarse de todo, conoció su corazón y sus deseos. Sentía algo especial hacia ella, y por mucho tiempo, volvió a llenarse el vacío en su pecho.
—Dime.
—La intrusa ha despertado. Sigue en cuidado de Red, pero no ha dicho nada importante.

Massacre caminó hacia la mesa paseando la mirada por los pergaminos enrollados en perfecto orden uno junto al otro. Su mano tomó el quinto, atado sutilmente con una cinta verde; se lo tendió a Kyel. Había recibido el pergamino unos cuantos días antes, pero no era el momento indicado hasta ese momento —. Balberith lo envió. Dime que nombres ves ahí — este lo tomó entre sus manos y escaneó el papel con sumo interés, luego de desdoblarlo lo levantó en alto. A continuación, leyó en voz alta los cuatro nombres:

Queens of HellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora