VI ''Rastros''

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Cabalgaba con potente furia mientras su caballo despedía humo por las fosas de la nariz y sus cascos golpeaban la tierra rumbo a las altas montañas; el olor a azufre llegaba desde el extenso abismo aun a esa gran distancia. El metal de sus armaduras chocando entre si y alarmando a los cuervos a su paso que con vuelo rápido se elevaron sobre la caballería. Cerca de las montañas se observaba, a muchos kilómetros, el alto e imponente muro de hueso dividiendo las regiones más importantes del reino y extendiéndose hasta donde se encontraban los demonios y las tierras crueles donde terminaban los indeseados. Extremadamente grotesco y levantado con los huesos de los traidores alrededor de las jerarquías; en el tope se alzaban filosas púas que protegían los bordes. El aire se hacía frio y la inmensidad del inframundo resultaba completamente abrumadora, nadie, ni el más grande de los reyes, poseía completo conocimiento sobre dichas tierras. Ptelios se detuvo en seco y los soldados lo imitaron sin romper la escrupulosa formación; bajó de su caballo casi de un salto, levanto la vista al cielo buscando respuesta a lo que había divisado desde el palacio, esa espesa niebla roja que rodeaba los poblados cuando un hermano o prójimo de Lucifer aparecía para causar estragos.
— Atentos a cualquier movimiento. Avancen —ordenó, haciendo una señal hacia el sendero de las montañas.

Sacó su espada y se adentró entre la maleza por un largo camino angosto. La niebla era pesada e impedía que pudiese ver más allá de su nariz. Siguió caminando, apresurando el paso para llegar a un lugar más amplio, este se extendía a modo de campo rodeado de árboles con troncos más gruesos y firmes —. ¡Sé que estas aquí, maldito demonio! Sal ahora, escoria —su voz retumbó en la nada. Los soldados recorrían el lugar cercano a él, con la guardia alta, seguían su marcha estruendosa por los senderos hasta que el resonar de las armaduras y voces se perdieron entre la espesura del bosque; todo quedo en aparente silencio.

— Que formidable puesto has conseguido; que rápido cambian las cosas —se hizo escuchar una voz profunda que siguió en una carcajada sonora.

Todo resultaba en un profundo mar de niebla que negaba cualquier visión alrededor del soldado líder. Giro en todas direcciones atento de su enemigo; le conocía muy bien la voz, y ese viejo sentimiento de odio y resentimiento regreso de golpe como si una flecha con veneno lo hubiese atravesado. Una espada cayó sobre su brazo, hiriéndolo de forma que la armadura había sido cortada también; los pasos volvieron hacia a él, pero su astucia y velocidad detuvieron la segunda estocada con la mano.
— Te tengo.

Pequeñas gotas carmesí cayeron de entre sus dedos justo donde sujetaba la hoja descubierta de la espada enemiga; la niebla comenzó a disiparse lentamente y luego, tras el frio sobrecogedor que los abrumo, apareció el rostro de su atacante con una sonrisa petulante. El soldado se sintió dichoso de verle de nuevo - el cabello blanco y sus ojos violeta pálido eran enmarcados por unas blancas y gruesas cejas. Este lo miraba con el más repugnante desprecio.
— Baphomet —escupió Ptelios, con desdén.

Antes de que el ser de ojos asesinos y cabello blanco fuese arrastrado de ahí, observo sin temor algunos como los soldados regresaban con prisa, aglomerándose como depredadores a su alrededor. Todos lo detestaban, era un ser desquiciado. El antiguo demonio Baphomet no era otro que un mentiroso con clase y sin el más mínimo remordimiento; su vida vacía lo había llevado al descontrol sobre sí mismo y sobre aquellas tierras que gobernaba con tan salvaje dedicación. A diferencia de lo que muchos pensaban, él nunca se había marchado del reino, solo se había quedado oculto esperando un buen momento para aparecer y hacer de las suyas. Aun tenia asuntos por resolver y una promesa personal que cumplir. Le habían puesto una serie de cadenas especiales y unas esposas que le mantenía ambas manos juntas e inamovibles.



—Espero que comprenda mis razones —dijo, arrodillado ante el trono, apoyando el brazo izquierdo sobre una pierna como demandaba la ley entre nobles y monarcas. Ella se había dedicado a escuchar la historia de su visitante pacientemente; golpeteaba el brasero del trono, siguiendo algún ritmo con despreocupación y gozando de buen ánimo. Ananel parecía no mirarla fijamente, sino a sus descubiertas piernas que movía de vez en cuando para cambiarlas de posición —. Alexiel está muy complacido con dirigir Dheztmond, pero mis ideales distan un poco de los suyos. Él siempre ha mantenido su régimen de pasión desenfrenada por los pecados y las apuestas; estará muy bien donde está, por ahora.

Queens of HellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora