El calor era terrible.
Sofocado por el interior de la patrulla, salí detrás de Schaefer, que llevaba la sobaquera exhibiendo el arma como si fuera un vaquero a mitad del desierto. Me pasé un pañuelo en la frente para limpiar el sudor que no paraba de escurrir y caerme con picor en los ojos rojizos por la vigilia. Regalo del trabajo nocturno.
Miré de soslayo mi reflejo en el parabrisas. La barriga abultada. El cuello adelantado. Sin duda, el cuerpo de un oficinista. No el de un policía, por lo menos uno ejemplar, uno con el que los niños se identifiquen y aspiren a convertirse, aunque ¿qué niño inteligente sueña con ser policía?
Shaefer en cambio, era un hombre atlético. Hombros anchos, espalda recta y cuello vigoroso, resistente. Para asfixiarlo harían falta un par de manos extra. Me miró y se dio media vuelta, era su forma de decir "adelante". Lo seguí a través de la acera hacia las puertas del edificio. Una manzana entera de un enorme conjunto habitacional que conglomeraba a un variopinto grupo de miserables: actrices desempleadas de Broadway, drogadictos funcionales y (precisamente) oficinistas neuróticos, como nuestro sujeto.
Emma, la novata, y algunos muchachos habían cubierto todas las salidas y un equipo preparado para jalar el gatillo esperaba en el recibidor. Teníamos un francotirador en la calle del frente, preparándose para ver la puerta del 101 abrirse desde la ventana del quinto piso. Si las cosas se ponían feas, su trabajo era reventarle la cabeza al lunático. Método sucio, ruidoso y poco ortodoxo, pero que cada vez era más necesario. Los tiempos de negociar con criminales estaban pasando. Cada vez es más difícil convencer a alguien de que baje un arma. Pero teníamos una ventaja.
Charles Lee Manson, vaya nombre, era un hombre frágil e inestable. Fácilmente manipulable. Estaba en crisis. Era un recién nacido en el mundo del asesinato, y había elegido como punto de partida el mayor de los clichés pero (de cierta forma) el mejor para su propia liberación mental.
Su madre.
La pobre anciana indolente y pomposa con la que vivía desde siempre. Charlie era soltero, un tipo nervioso con un tic en el ojo. Vestía siempre fajado de la cintura y llevaba sus zapatos relucientes a la oficina. Sus compañeros lo calificaban como "promedio" e "inquietante" al mismo tiempo, nada raro en Nueva York. Iba a la iglesia dos veces a la semana y cuidaba a la señora Manson de forma apasionada y abnegada. Probablemente, a causa de sus deseos de matarla. Así es la culpabilidad.
Después de salir con la escopeta y amenazar al piso, dar unos tiros al aire y quebrarle el omóplato a su vecino, se había refugiado en su habitación. Podíamos escucharle gritar desde abajo. Subimos en silencio, eran gritos de agonía. No opuso resistencia. Lo vimos llorar y caerse en pedazos frente a nosotros cuando tiramos la puerta. Había tenido suficiente con lo que ya había hecho. El cuerpo flácido y pálido de su madre estaba todavía en la sala. Por el calor, las moscas habían hecho acto de presencia prematuramente.
Le quitamos el arma y lo bajamos a la calle. Un procedimiento fácil y rutinario.
El tipo traía solo unos bóxers, como haría cualquiera para sobrevivir al clima, y una camiseta blanca sin mangas salpicada de grasa y sangre fresca, pequeños trozos de tejido carnoso se le pegaban a los hilos de los hombros. Estaba descalzo y debieron quemársele los pies al pisar la acera, atestada de vecinos y transeúntes, y un periodista sacando las fotografías para la nota roja del día de mañana.
Volví mi atención a la camilla que los forenses sacaron detrás del asesino, que se detuvo de golpe y la vio con una sonrisa, la mirada desquiciada, ojos descarnados, la voz tartamudeando, que si ella se la pasaba todo el día viendo los mismos programas repetidos en la televisión, que si roncaba al dormir, que no paraba de beber cerveza rancia y adoptar gatos callejeros sin esterilizar para los cuales no tenían dinero.
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Jungla de Concreto | Predator #1
FanfictionEl detective Richard Schaefer lo ha visto todo. Desde tiroteos en las calles de Nueva York, homicidios domésticos, hasta las más sanguinarias ejecuciones del bajo mundo del hampa. Pero nunca había visto a la Ciudad de los Rascacielos bañada en tanta...