Crimen en la Gran Manzana

211 16 7
                                    


Capítulo 1


Era de noche en Nueva York. Las calles exudaban vapor, y la humedad parecía emerger de las bocas de alcantarilla como siluetas fantasmagóricas. Vistas desde abajo, las puntas de los rascacielos parecían tocar la bóveda de estrellas. El cielo despejado enmarcaba la luna nacarada y el viento susurraba entre los difusos callejones oscuros, las luces de neón y la música apagada de los bares salían a las banquetas combatiendo a la oscuridad y la quietud.

Tranquilo... Inusualmente tranquilo. Un mal augurio.

Ayer, el incidente. Aquel conductor enfurecido, con los nudillos rojos y los ojos inyectados en sangre, los asientos traseros llenos de munición y arrugadas latas de cerveza rancia, una esvástica tatuada en el cuello. El morro del auto apuntando directo al florido desfile. Luego, los gritos. Una espantosa sucesión de golpes, el crujir de varios huesos, alaridos de dolor, la gente corriendo despavorida, pisando a los más pequeños y despistados. El tirador saliendo del auto rentado con una ametralladora y en instante perdiendo la vida a menos de un civil. Un viejo ex militar que había decidido acompañar a sus nietos con un poco de protección.

La policía reaccionó con segundos de diferencia. El anciano convertido en héroe. Su intervención inmediata significó al menos una decena de vidas salvadas.

El forense se llevó el cadáver del terrorista. Neoyorkino. Blanco... casi ario. Veinticinco años. Una sola ex novia y dos padres seniles. La histeria duró muchas horas. Porque al interior del vehículo rentado se encontró una carta. Una declaración de intenciones que adjuntaba varios apodos, miembros, compañeros.

Nada cimbraba tanto pánico en La Gran Manzana como una posible amenaza terrorista. Por eso las calles estaban así. Solitarias. Solo Times Square nunca moría. Pero Central Park estaba convertido en un bosque espeso y despoblado. Varias patrullas deambulaban por la zona para crear la falsa ilusión de seguridad.

Richard sabía que durarían poco. El operativo. El temor.

La gente siempre olvidaba. En una ciudad donde el tiempo corre más rápido que en el resto del mundo, la memoria puede ser una enemiga. La ciudad necesitaba movimiento. Actividad. Y sus pobladores también. No podían darse el lujo de aligerar la marcha. No tardaría en aparecer otra noticia, otro suceso espeluznante, escándalo o divorcio de la farándula que acapararía la atención y pasaría la página.

—La ciudad se está volviendo loca, amigo —comentó Rasche al volante.

Se dirigían a una escena del crimen.

Eran pocos los detalles que su superior, McComb, les había comunicado respecto al incidente. Lo única indicación que recibieron fue la de ir a la dirección marcada en el mensaje porque había un 15-12 en condiciones agravantes, lo que en el argot policial significaba algo como: GENTE PELIGROSA MUERTA EN HOMICIDIO MÚLTIPLE. 

A bordo del viejo Tsuru, tanto Schaefer como Riggins comían ansias por saber de quiénes se trababa. El nombre del lugar y la dirección no le decía nada en claro. Podría ser de los jamaiquinos, los rusos, los mexicanos o hasta una pandilla el Bronx. 

La planta empacadora de carne, de la línea descontinuada Jeffrey & Mitch, que figuraba en el expediente, era terreno neutral. Ni del cielo ni del infierno. Por lo que se esperaban cualquier cosa. No era normal que les dieran tan pocos datos, pero evitaban juzgar a quien capitaneaba el escuadrón en pleno apogeo del verano. De por sí, hacía falta tener los nervios de acero para dirigir a la policía neoyorkina, y estar verdaderamente chiflado para aceptar el puesto de capitán. Además, la ambigüedad era un claro signo de que McComb quería mantener el asunto lo más discreto posible. 

Jungla de Concreto | Predator #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora