Cacería en la ciudad

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Capítulo 9


El calor de la mañana era asfixiante, se te pegaba en la piel del rostro, en el sudor.

Subir las escaleras hasta el departamento de Schaefer siempre me sacaba el aliento, y la espalda se me humedecía. Pero por alguna razón me negaba reticentemente a usar al ascensor. En alguno de los departamentos alguien tenía a todo volumen "Lose Yourself" de Eminem. Siempre me preguntaban en la comisaría si Richard tenía algún hobby o una pareja, a lo que yo respondía con la verdad. "Sólo va al gimnasio y practica idiomas, hace un año me invitó a un curso de tiro y balística."

Tenía un hermano mayor del cual rara vez hablaba, Dutch, era militar, un mercenario de la Fuerza Delta de la armada, según tengo entendido, los encargados de hacer el trabajo sucio. La última vez que me habló de él, fue hace varios años, cuando éramos casi unos novatos en el Departamento de Narcóticos, y Dutch se fue a una operación a Sudamérica.

Su hermano no cumplía ni los veinticinco cuando fue a esa misión, y creo que Richard estaba algo preocupado.

Cuando dejó de hablar sobre el tema, no le pregunté. Le gustaba guardarse las cosas. Y yo respetaba su discreción.

Llegué al marco de la puerta y llamé dos veces, calmaba mi pesada respiración.

Teníamos que empezar el turno y el la patrulla estaba en mi poder por obvias razones.

Me abrió casi de inmediato, y mi sorpresa fue mayúscula al ver a Ken Koharu sacando sus pertenencias ensangrentadas de una bolsa transparente, se le veía demacrado y viejo, muy viejo. Me explicó que dio el alta voluntaria casi tan pronto como el agente Trout se metió sin permiso a verlo, y a duras penas tuvo tiempo de cubrirse el artefacto con una de las vendas que la doctora Jacobson les acababa de traer.

—Estuvo apunto de verlo, pero la doctora no es muy fan del gobierno. —pronunció el forense asiático con una sonrisa de sueño.

—¿Y lo trajiste a tu casa, Schaef? —pregunté cerrando la puerta a mi espalda, la luz de la mañana neoyorkina entraba por las grandes ventanas de la sala-comedor— ¡Si esa cosa es una rastreador podría ubicarte ese malnacido!

—Eso no estaría tan mal. —argumentó Ken—. Podríamos tenderle una trampa o algo así.

—¿Están jugando verdad? —negué con la cabeza—. Anoche una furgoneta de algún equipo paramilitar cayó despedida del puente poco después de lo del metro y todo mundo ya lo relaciona aunque en las noticias no lo hagan tan evidente, ese tipo, Schaefer, mató a todos los amigos de Lamb y de Carr en minutos, no pretendes darle la dirección de tu casa al diablo.

—¿El diablo, dijiste? —me preguntó acercándose de la barra de la cocina y tomando un trago a su zumo de arándanos. Algo cambió en su mirada.

Respiré hondo y le conté todo lo que había investigado ayer en las bases de datos de distintas policías en el país y foráneas, y los sitios en español que traduje. Ambos escuchaban atentamente, Koharu desde el sillón, mi amigo desde la cocina. Estaba vestido con una camisa blanca de manga corta y tirantes. Me miraba fijamente mientras hablaba y comprendí su expresión.

Asintió al final.

—Sé que tienes razón, Rasche. —me dijo—. No vamos a tenderle una trampa improvisada en mi departamento, debemos preguntarnos ¿Por qué dejó con vida a Ken?

—Tal vez es una amenaza. Podría estar viéndonos justo ahora para saber qué tan cerca estamos de descubrirlo. —objeté y di unos pasos hasta poder sentarme en una de las sillas altas para la barra de bebidas.

Jungla de Concreto | Predator #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora