Un asesino invisible

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Capítulo 7

El olor de la carne hervida cubierta por una dorada capa jugosa flotaba entre las volutas de humo alrededor del sartén, pequeñas burbujas de líquido tibio salen de entre las fibras de la pechuga al aplastarse con la espátula. Invadía sutilmente cada sitio recóndito de la cocina integral de los Riggins; Shari, arrancó una servilleta del tubo y le sonrió a su esposo, antes de pedirle que calmara a sus dos hijos, que discutían infantilmente en la mesa dando absurdos argumentos como "primero aprende a hablar", por alguna banalidad de adolescentes.

Rasche aplaudió escandalosamente caminando hasta el comedor, donde ambos chicos se calmaron de inmediato lanzándose miradas fulminantes.

Schaefer sonrió recordándose a sí mismo jugando con la cuerda en casa de sus abuelos, estaba sentado en la mesa larga con seis sillas confortables de caoba, hasta donde él sabía, Shari trabajaba desde casa para una renombrada agencia de publicidad con patrocinios en Time Square, Rasche evitaba comentar que ella pagaba varios de los lujos del hogar.

Los chicos se debatían quién tomaría el Xbox y quién comería la mejor rebanada de carne, y quién tenía la culpa de que tuvieran castigado por una semana el PlayStation portátil. Casi gruñían como perros rabiosos.

Rasche había invitado a Richard cenar incontables ocasiones antes, y la mayoría siempre las rechazaba, no tanto por mala educación, sino porque convivir no era algo que a Richard se le diera muy bien que digamos. Prefería pasar tiempo a solas, en silencio, con música a cierto volumen relajado, independiente. Solitario.

—¡Niños, dense prisa, y vayan a limpiarse esas manos! —comandó el padre pasándose un trapo de cocina entre los dedos.

El rubio se levantó y siguió a los dos jóvenes al sanitario, mientras bromeaban y se retaban mutuamente, se salpicaron agua y el menor refunfuñó; esperó a que los dos terminaran su alboroto y entró a lavarse las manos con jabón, olor a manzana y canela...

Olor al pasado.

Las vacaciones. La cabaña de los abuelos, jugando con su hermano mayor, Alan, aunque siempre lo llamaba Dutch.

Solían ir de cacería de vez en cuando, sus orígenes holandeses llamaban la atención en el vecindario, siempre.

—¿Oye, Richard? —preguntó el hijo mayor, de unos trece años, era delgado y tenía buena forma, entallado por una bermuda y una playera de los Bulls de Chicago, era de expresión escuálida y daba la impresión de siempre tener sueño, pero su voz reflejaba harta energía— ¿Alguna vez has pensado en actuar como doble en una película de acción?

Schaefer sonrió recordándolo: el chico quería ser actor.

—No lo creo.

El chico sonrió.

El teléfono sonó a lo lejos.

—Eres como esos tipos de las películas de Bruce Lee o de Jackie Chan.

Rasche había encendido el televisor en el comedor.

—Si quieres ser actor te recomiendo ver El Padrino en lugar de las películas de Jackie Chan.

—¡¿Qué tienes en contra de Hollywood, Richard?!

El detective reprimió otra sonrisa y empezó a secarse las manos.

—Aunque tienes razón, viejo... Estás pasado de moda, los protagonistas musculosos estaban de moda en los ochenta.

—¿Y qué hay de Los Indestructibles?

Jungla de Concreto | Predator #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora