Oscuridad

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Capítulo 19 

Los conos de luz que se formaban desde el piso hasta los focos de las linternas aturdidoras de los policías andaban por el piso escudriñando cada rincón.

El calor era mil veces peor ahora. Las paredes transpiraban, y el agua escurría desde arriba hasta la mitad, brillando con las ocasionales chispas que salían de los puertos eléctricos, y las luces del techo; el aire sofocaba, Richard lo sentía, se le metía en los pulmones y casi no lo percibía, el aire caliente era irrespirable, como agua tibia; sintió cómo se le humedecieron las axilas y se exprimía el sudor cuando apretaba los hombros y andaba.

Sus zapatos estaban sucios, dejó un par de pisadas oscuras en el piso mal lavado de la zona de informes, donde la novata pasaba las horas engrapando hojas y recibiendo a todos los desdichados que tenían la fortuna de visitar la hogareña comisaría, la negra comisaría.

A duras penas y conseguía ver algo entre las duras sombras.

Las formas de astronauta de los bomberos iban a su lado, hablaban por radio, y estaban totalmente concentrados, uno vio a Schaefer y le preguntó si no tenían un generador de emergencia como en la comisaría de la Noventa y seis con Broadway, pues de tenerlos debían cortarlo antes de que provocara un corto circuito.

No lograron conseguir los planos que exigieron; no obstante, recibieron indicaciones claras de la ubicación de las zonas imprescindibles (la cocina, el cuarto de vigilancia y el archivo muerto, en especial el archivo muerto por la peligrosa flamabilidad del papel), y de su objetivo principal: la armería. Si el fuego alcanzaba el depósito de armas... los daños colaterales se multiplicarían al cuadrado.

Richard le respondió que no, que su generador de respaldo no funcionaba desde hacía unos seis meses atrás. Omitió que estaban supuestamente arreglándolo, y dejó al bombero seguir en lo suyo.

Conocía a ciencia cierta que los primeros minutos tras contener el fuego eran decisivos, pues cualquier deficiencia en el proceso provocaría un fatídico resultado. La propagación de humo era mínima en ese sector.

—Busquemos fuentes, señores.

El detective no comprendió a qué se refería el bombero, su traje aislante de color negro tenía franjas fluorescentes, que brillaban en la oscuridad con un color verde claro; le recordó a la sangre del alienígena, que refulgía en el mismo tono, y hacía tan evidente su origen no humano.

Aguzó la mirada, sus pasos lentos cobraron mayor vitalidad cuando el agente Jeremy Trout, con sus ojos abiertos al extremo y enloquecido, y Carr había exigido acompañarlos, lo solicitó de tal forma que Jeremy no pudo resistirse al odio en la mirada del de ojos verdes, y esa extraña necesidad patológica y sociópata de poder cobrar venganza.

Al detective le atraía ese fenómeno, esa sensación electrizante que recorre el vientre y pide a gritos hacer justicia por mano propia.

Carr estaba amenazado, pero el detective casi podía afirmar que no intentaría huir, al menos hasta que tuvieran contacto, podía leer en su expresión que de verdad no le importaba el dolor de la pierna y el cojeo, que de verdad no lo saciaría nada como encontrarse cara a cara con su agresor y liquidarlo de una vez por todas.

No dejaba de ser absurdo, y eso Schaefer lo tenía más que claro, es decir, aunque Trout hubiera provisto a Carr de una magnum de corto alcance, no dejaban de ser cinco policías de Nueva York contra una fuerza que había erradicado a un escuadrón completo, y a dos bandos de Carr y Lamb a la vez.

Su prioridad era rescatar a Amanda McComb, el inspector de los jeans que los acompañaba también lo aclaró; no estaban en posición de combatir.

Los bomberos por su parte alumbraban la instalación eléctrica y prestaban especial atención a los que desprendían las sonoras chispas que se perdían en la superficie lisa. Escucharon un lejano sonido de cristales fragmentándose.

Jungla de Concreto | Predator #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora