Detective Riggins

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Capítulo 21  

Que te manden a dormir en el sillón suele ser una mala señal en el matrimonio.

Desperté y la espalda me crujía como madera vieja al moverme.

Me levanté descalzo y caminé hasta la cocina, estiré el cuerpo y di un bostezo observando al exterior, a la portentosa casa del lado, con su jardín bien podado y sus paredes siempre bien pintadas.

Allí, con las sábanas del sillón regadas en la sala, todo lo que oí en los primeros segundos fue la tranquilidad de mi hogar con pajaritos silbando afuera, en el viejo árbol de los vecinos, los McCormick.

El señor McCormick es joven y alto, de piel blanca y practica rugby en un equipo local, conduce un flamante McLaren y tiene una camioneta Jeep para vacacionar; sus hijos son dos, una chica de diecisiete que tiene las mejores notas, es la consentida de los maestros, y participa en el equipo de animadoras en la misma escuela que mi hijo, donde un sinnúmero de muchachos ladran por salir con ella. El otro chico va a clases de natación y parece que tiene dotes deportivos heredados de su padre.

La flamante señora McCormick es jefa de una asociación de colonos, conoce a mi esposa porque es agente editorial y frecuentan el mismo restaurante de hora libre en Times Square. La señora McCormick va a clases de yoga saliendo del trabajo y vuelve en su Ford Fiesta con los niños del colegio, listos para que Lucía, su empleada inmigrante, les sirva la comida y hablen de sus refinadas y perfectas vidas.

Al principio los envidiaba, es decir, mis hijos no son muy listos, no ganan concursos, ni van a competencias estatales; mi esposa no tiene el cuerpo de una modelo de revista ni gana tanto como la señora McCormick. Solo tenemos un auto y es Shari quien hace la comida en casa la mayoría de las veces, al menos cuatro a la semana, el resto soy yo quien toma la sartén y ¡Pop! Comida de papá.

Con el tiempo dejé de aspirar al sueño americano que los McCormick tanto reflejaban. Con el tiempo vimos a su hija de diecisiete meter a un sujeto unos diez años mayor que ella (lleno de tatuajes y con mala pinta) a su casa y encender la música todo volumen para que no los oyéramos, aprovechándose que su hermano menor estaba en una competencia con sus dos papás y Lucía de vacaciones, la chica fumaba y repetía las visitas ruidosas con diferentes muchachos cada cierto tiempo, todos con mal aspecto. Y lo digo porque soy policía.

Reconozco a un cabrón cuando lo veo.

Y a la hija de los McCormick le encantan los cabrones. Tal vez lo heredó de su padre, cada cierto tiempo cambian de sirvienta, una inmigrante tras otra, por razones que uno fácil se imagina. A veces el señor McCormick está solo con la empleada doméstica y la ocupa para saciar las necesidades que su esposa no le da.

No es tan injusto, después de todo, Shari me ha contado que la ve a ella paseando de la mano de un instructor de yoga en Times Square, y la oye quejarse de McCormick padre, por su egocentrismo y su estupidez. Porque seguido discuten en voz baja y no se hablan.

El hijo menor tampoco es de mi envidia, los míos son desastrosos y hasta cierto punto, un poquito irritantes, pero el McCormick menor es terrible. La última vez que un cartero de piel negra pisó su casa, el engendro lo atacó y le gritó que era un maldito simio; y no solo eso, una vez apedreó a nuestro perro, Jake, y aunque Jake muró hace un año, puedo jurar que desde donde sea que descansen los perros, el nuestro sigue odiando al niño endemoniado.

Yo soy policía, trabajo muchas horas para ganar algo decente y pagar la casa en un lugar decente, más o menos seguro... y en el fondo, me gusta.

Lo que pasaba en Nueva York me estaba haciendo olvidar la calidez de mi propio hogar, el calor del verano fulguraba allá afuera, pero yo estaba a salvo de él; con los pies descalzos y en completa paz.

Jungla de Concreto | Predator #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora