Jack El Destripador

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El olor de los hospitales es amargo y químico, a muerte y linóleo. 

En su juventud e infancia pocas veces recordaba haber visitado un hospital, y lo agradecía. Fomentaba siempre una precaución férrea y hasta paranoica entre sus compañeros del octavo grado. Y es probable, que de haber podido jugar baloncesto con casco, el ingenuo Richard Schaefer lo habría hecho.

Recordaba claramente un incidente durante un partido de basquetbol: uno de los estúpidos machos alfa lo había retado...

—Detective. —pronunció el agente Jeremy Trout con su voz coral, devolviendo al aludido al presente—. El forense Koharu ha salido de la terapia intensiva. ¿es cierto que participó en la detención del Estrangulador de Brooklyn junto a usted?

Richard contestó afirmativamente, estaba encorvado, con el saco cubriéndolo de la molesta aclimatación fría como la morgue, sentado en una de esas incómodas sillas con medio respaldo nada más, adheridas a la pared y en grupos de cuatro, a su lado un hombre de acento sureño hablaba indiscriminadamente por teléfono, usando en voz alta palabras como "negro" o "hijoputa" para referirse al jefe de piso que no le permitía ingresar al quirófano.

Su escándalo terminó hasta que una delgada y prominente trabajadora se lo llevó para concilio de todos los parientes que deambulaban o dormitaban en los sillones de la sala de espera

El aspecto de Trout era bueno, a diferencia del rinoceronte, Andy, que gracias al creador estaba esperándolos en el auto aparcado varios pisos abajo, bebiéndose algo que tal vez era sangre o bilis.

—Ahí viene el médico. —indicó Trout acariciando sus tirantes, parecía más un modelo de ropa que un malhumorado agente del FBI.

Y tenía razón, una doctora de cintura amplia y ojos perturbadoramente verdes como las vísceras de un insecto venía charlando con el mismo hombre de color que no era más que el jefe de piso. Ella le tocó el hombro y le dio unas palmaditas antes de mandarlo al diablo.

Se acercó hasta ambos hombres que mostraron sus placas.

—Soy la doctora Jacobson —se presentó quitándose los lentes y pidiéndoles cordialmente que guardaran sus identificaciones—, vengo de intercambio y entiendo que necesitan hablar los dos con él, pero el señor Koharu está consciente y parece mostrarse insistente en hablar a solas con el detective Schaefer ¿es usted?

Señaló a Trout, pero éste negó con la cabeza y asintió en dirección al susodicho

—Sígame. —comandó tendiéndole un cubrebocas en bolsa de plástico.

Él acató no sin antes atender el mandamiento de Trout.

—Infórmeme de cualquier cosa importante que le diga Koharu.

—Creo que el sobrepeso del señor Koharu le sirvió para evitar unas fuertes contusiones. —formuló la doctora Jacobson guiándolo hasta una serie de cortinas blancas enumeradas, en un pasillo donde el silencio consumía el sonido de los pasos y el tecleo y los teléfonos en una sopa de aire acondicionado, jadeos, tanques de oxígeno y pequeños murmullos sonando— ¿Usted lo conoce?

—Trabajamos juntos en un caso importante. —dijo Richard—. Lo dice como si fuera algo importante ¿qué es lo que tiene?

Jacobson se detuvo de golpe y lo miró fijamente, aunque él era veinte centímetros más alto que la doctora de una sesenta, no le importó. Estaban justo frente a la cortina número siete y ella sujetó por un costado.

Jungla de Concreto | Predator #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora