Persecución

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Capítulo 4

El ascenso fue lento, silencioso.

Cuando era niño, me aterraban las escaleras oscuras, subir a mi cuarto en la noche me inquietaba mucho, y eso nadie lo sabe en realidad, ni Richard, ni Shari, ni mis hijos cuando están asustados como yo lo estuve alguna vez.

La subida en la base de Lamb era parecida a mis terrores nocturnos.

Ricky iba junto mío, y eso era de ayuda, pero en el fondo empezaba a dudar que hubiera sido buena idea subir solos nosotros dos, incluso en contra de las órdenes de McComb.

Apuntaba su arma con fiera determinación, yo lo imité, listo para disparar.

Los gritos habían cesado, y sólo se escuchaba un goteo espeso... abundante...

Hasta yo podía sentirlo ahora, tal como dijo Schaef, había algo extraño en la ciudad.

Los temores de la infancia no me perseguían en realidad, pero solía tenerlos presentes, siempre, solía pensar en ello, solía tener pesadillas horribles, tan seguido que llegué a no querer dormir, a no querer apagar la luz. Despertaba empapado en sudor, sofocándome en la oscuridad.

Mi madre, joven en aquel entonces, me abrazaba y me arrullaba, aún oigo sus palabras, "sólo estabas soñando, esas cosas tan horribles no existen."

Pero mintió.

La docena de cadáveres que teníamos enfrente estaban todavía calientes, sentíamos su calor corporal manando entre los músculos manchados de sangre, estaban colgados boca abajo y algunos tenían las tibias expuestas, lo primero que hice fue apretar los ojos que empezaban a lagrimearme por el hedor a muerte en el aire.

Pocas personas saben que cuando se hace una abertura en el cuerpo, el aire interno sale de él, como un globo que se desinfla.

—Los despellejaron... —musitó Richard petrificado—. La mitad de ellos son compinches de Carr. Los demás son de Lamb.

Una masacre con igualdad de oportunidades. Pero nunca, nunca habíamos visto algo así.

—Pero ¿Quién? —avancé evitando pisar el gigantesco lago rojo que serpenteaba a nuestros pies—. Se necesitaría un ejército para hacer...

Algo se movió en el fondo, una silueta levantándose en la oscuridad, lejos de la visible área iluminada... no terminaba de cobrar sentido, se enfocó hacia nosotros, irguiéndose, tambaleándose, dibujándose a nuestros ojos.

Era Carr.

Y la mayor sorpresa para nosotros fue cómo diablos había logrado sobrevivir a tremenda carnicería, evidentemente ninguno de los bandos tenía oportunidad contra quien fuera que los había reducido a... aquella masa palpitante, sanguinolenta...

Tenía el rostro salpicado de sangre, una cortada le escurría en la frente y una hemorragia le nublaba el ojo derecho... se sujetaba el brazo derecho, cerca de hombro. Necesitaba un torniquete, de inmediato.

Se le quedó viendo a mi amigo.

—Vaya, detective Schaefer, veo que te faltó uno, y dejaste vivo al menos indicado. —sonrió mostrando un diente roto—. He visto a la policía hacer cosas así, pero esto es nuevo, me tienen impresionado.

Se puso completamente de pie, acercándose la mano herida la cintura.

Schaefer estaba alerta.

—Estás loco. —le dije—. La policía no hace cosas así, Carr.

El pelirrojo me observó indiferente, tenía la perforación de la nariz dolorosamente torcida, y un hilo de sangre le colgaba de cada orificio. Su estado era deplorable.

—Tal vez sí, tal vez no. —cerró el puño—. Ya no importa. Porque si bien yo estoy loco, ¡ustedes dos están muertos! —sacó una escopeta pequeña que llevaba fija al pantalón, la funda apenas se sacudió cuando nos tiramos a suelo eludiendo las balas.

Se le acabaron a la tercera descarga, necesitaba recargar.

Pero no lo hizo.

Resbalamos en el suelo antes de que Richard pudiera levantarse y apuntarle al malherido Carr que huía a toda prisa por las escaleras.

Incluso en su estado, Carr seguía siendo un rinoceronte en cuanto a resistencia.

Creí que era un idiota por su huida, que ignoraba con estupidez al escuadrón que rodeaba el edificio, pero más tarde me enteré de que él mismo había elegido ese sitio para su reunión, y si bien Carr era un imbécil, sabía planear sus movimientos como un tigre.

Escapó rompiendo un cristal lateral, e internándose a una ruta de escape oculta que conectaba con otro edificio... el inepto de Simmons no había cubierto el callejón. Incluso Archer lo hizo, pero Simmons no, y eso nos costó.

Richard y yo no logramos alcanzarlo.

—Lo perdimos, Schaef.

—No está perdido, solo se ha desplazado, no podrá escapar.

Se escuchaba el sonido silencioso y brumoso de los policías y la gente congregada en la calle.

—Cuando yo... —empezó, pero algo lo detuvo frente al cristal, se perdió nuevamente, en el callejón—. Hay alguien oculto allí afuera.

—¿No es Carr?

—No.

Estuve apunto de objetar algo pero no pude.

Richard salió por la ruta de escape de Carr en dirección al callejón, corriendo detrás de algo que yo no pude ver, algo que él distinguió escabulléndose lentamente en las sombras del callejón.

Schaefer estaba persiguiéndolo, y cuando esto, fuera lo que fuera, se introdujo a las alcantarillas por un traga-tormentas abierto desde dentro, supe que algo grande estaba pasando, más grande de lo que podíamos imaginar. Pero nunca habría sospechado la inquietante realidad.

Y la noche recién comenzaba.


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Jungla de Concreto | Predator #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora