Nubes grises ocultaban el cielo en aquella mortecina tarde. Sin embargo, a ella no le importaba caminar bajo ese lúgubre ambiente. Avanzaba despacio, despreocupada, con las manos guarecidas en los amplios bolsillos de su americana. No tenía prisa. En casos como el suyo la impaciencia era sinónimo de problemas. La situación requería temple y frialdad, algo que como agente experimentada del D.E.O tenía a raudales. Su corta cabellera oscilaba al compás de sus caderas animada por el ritmo tranquilo, pero sereno, de sus pasos. Cuando creyó que era el momento idóneo giró hacia la derecha abandonando la avenida principal. Se detuvo en la esquina con la espalda pegada a la cristalera de una sucursal bancaria. Contó mentalmente hasta cinco y con un movimiento rápido estiró la pierna derecha dando una patada al aire. Un pequeño grito la hizo sonreír. Había dado en la diana, una figura masculina se doblaba de dolor en el suelo. No esperó a que se recuperara y con suma agilidad hincó una de sus rodillas en su pecho.
—¿Por qué me estás siguiendo?
El hombre aún aturdido por el dolor la miraba con cara de espanto. Alex volvió a sonreír con suficiencia. No caería esa breva. No era una principiante. Aún recordaba el día en el que por confiarse le partieron la nariz sin ningún tipo de miramiento. Hizo una mueca de disgusto. Había aprendido la lección. Su perseguidor al ver descubierta su triquiñuela cambió de actitud y el fingido miedo de su rostro se transformó en una rabia colérica, rabia que le hacía revolverse sin lograr nada.
—¿Quién te envía? —Quiso saber la agente apretando su agarre para dejarle claro que no la subestimara, por si todavía no lo había entendido. Una extraña sonrisa ensanchó las facciones enrojecidas del hombre y, a su vez, lo delató. Alex se giró sobre sí misma aún con la rodilla clavada en sus costillas y con una habilidad sorprendente desenfundó su arma. Una bala silbó el aire, seguida de un sonido seco propio de un cuerpo al desplomarse. Ahora el pánico del hombre era real. El cañón de la pistola apoyado sobre su frente aceleraba sus pulsaciones, reduciendo sus posibilidades.
—¿Quién te envía? —repitió Alex clavando el frío metal del arma en su piel. Si seguía apretando le iba a dejar marca.
—Cadmus —susurró antes de desmayarse por la tensión del momento.
Alex se incorporó observando a su perseguidor con el ceño fruncido. Las cosas se complicaban aún más.
—Tenías razón —admitió al aire.
—Siempre la tengo, Danvers.
Maggie apareció a su lado con el rostro radiante. Su sola presencia conseguía iluminar la tarde más sombría. Al menos, para Alex.
—Tenemos problemas. Si me están siguiendo pueden descubrir el secreto de Kara.
—Lo raro es que no lo sepan ya. ¿Unas gafas? ¿En serio?
—¿Te crees muy lista, eh Sawyer? Pues hoy duermes en el sofá.
—¡Oh, vamos, Danvers! No seas así. Además, ¿a quién te vas a abrazar? El peluche te lo dejaste en el apartamento de Kara.
—Shhhh —chistó—.Yo no tengo edad para peluches.
—Uff. Menos mal. Menudo alivio, porque no veas como salió de la lavadora. Irreconocible.
—¿Cómo dices?
—Tranquila, le quito las gafas y como nuevo.
—Dos palabras te digo: noche y sofá.
—Eso son tres, cielo.
Alex masculló varios improperios por lo bajo. A Maggie le encantaba sacarla de quicio.
—Mis compañeros vienen en camino —mencionó la detective tras consultar el móvil—. Por cierto, buena puntería. He tenido que hacerle un torniquete —añadió, señalando al otro hombre al que Alex había disparado—. Necesitamos su confesión.
—De eso puedes encargarte tú. Yo tengo que analizar esto —le enseñó una pequeña caja que contenía varias jeringuillas.
—¿La llevaba consigo?
—Sí, y estaba dispuesto a usarlas.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lleva nuestro nombre.
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Nueva Era (SuperCorp) TERMINADA
Fanfiction¿Puede el amor derribar los prejuicios, sanar las heridas, perdonar las mentiras? Os invito a descubrirlo.