64.- I believe you
Chillidos, órdenes, mi respiración, oscuridad. Era todo lo que sentía y podía ver. La soledad se convirtió en mi mejor amiga dentro de un lugar en donde lo único que importaba era sobrevivir para no morir a manos de quienes decían ser los protectores de nuestras vidas. La larga bata inmaculada los caracterizaba como los doctores; los vestidos largos y de la misma tonalidad caracterizaba a las mujeres como enfermeras. Ellas, eran las más crueles en cuanto a trato.
La oscuridad me envolvió durante años o quizás meses. No sabía con exactitud cuánto tiempo estuve encerrada en aquella habitación. Sin visitas, sin ninguna voz que me acompañará más que sólo la mía. Estaba atrapada y al parecer, nadie sabía que, en aquella habitación, alejada de todo, estaba yo, esperando el día en que la muerte, compasiva y benevolente, viniera por mí.
Un sonido estridente se apoderó de todo el recinto, ensordeciéndome. Me quejé, me levanté y golpeé la puerta de metal mientras gritaba improperios que, bien dejaban ver mi ser dominado por la cólera.
—Cuiden el perímetro... —Escuché entre mis gritos desesperados y el sonido de las alarmas del recinto. La voz desapareció en cuanto escuché pasos haciendo eco por el corredor fuera de mi habitación. Se situaron frente a la puerta; la sombra del individuo se proyectaba bajo el pequeño espacio que dejaba la distancia entre la puerta y el suelo. Retrocedí dos pasos, decidida a atacar al siguiente médico que viniese por mí.
Dolor, sufrimiento. Ambas palabras se repetían una y otra vez en conjunto con la sensación de sentir que infligía aquello hacia el exterior, específicamente hasta el sujeto que se encontraba frente a mí.
Un grito ahogado se escapó de la garganta del intruso. Sus rodillas se doblaron, obligándolo a caer al suelo. Se retorció, se quejó y gritó por ayuda. Sus ojos cerrados que, se encontraban cerrados, se abrieron, observando los míos por unos leves segundos. Confundida, le observé detenidamente; claramente no era un doctor. Estaba muy lejos de serlo. Era un sujeto vestido de negro, llevaba consigo un arma que no utilizó al verme de pie en medio de la habitación y, curiosamente, uno de sus brazos era de metal.
Curioso, pensé. Más no me detuve a pensar mucho en quién era él y qué era lo que estaba buscado.
—¡Barnes! —Exclamó la voz de una mujer que, rápidamente se hizo presente. Dirigí mi vista hacia a ella. Aulló de igual forma en cuanto vi sus intenciones.
—Somos los buenos. —Gritó el sujeto a quien herí primero.
—¿Los buenos? —Cuestioné escéptica.
—¡Si! ¡Somos los buenos! —Afirmó quien llevaba por nombre "Barnes". La pelirroja se seguía quejando, y lo siguió haciendo aun cuando dejé de mirarla y repetir las mismas palabras en mi mente que, tenían como fin, ocasionar daño. El hombre corrió a su rescate en cuanto el cuerpo de la mujer cayó al suelo. —Romanoff...
—Sólo llévala con Fury. —Espetó la mujer. El castaño asintió, se acercó a mí y me pidió salir de la habitación. Dudé, pero de igual forma caminé. Un sinfín de médicos y guardias yacían en el suelo, todos inconsciente y otros, muertos. Sonreí, regocijándonos entre los cadáveres. Todos los que algún día me hirieron, ya no existían.
Barnes me llevó a una especie de avión militar. Observé perpleja el lugar, analizando cada rincón. El castaño intercambió unas palabras con el piloto y de un momento a otro, el "avión" despegó hacia su destino.
No sabía hacia donde me llevaban exactamente, pero confié en que no me harían daño. Al menos me daba la impresión de que ellos no eran los enemigos. Aún seguía viva, y eso era una señal clara de que mi destino, iba a ser diferente a estar confinada entre cuatro paredes en plena oscuridad.