52.- Miracle
—Es por tu bien. —Me decía Steve en cuanto tenía oportunidad de decirme lo mismo. Rodeé los ojos y seguí mirando por la ventana del auto. Refunfuñé entre dientes, de alguna forma liberando la molestia que sentía por ir a un lugar al que, claramente, no quería asistir.
Steve como buen amigo, velaba siempre por mi bienestar. Desde que me incorporé al mundo moderno y comencé a padecer de pesadillas que no me dejaban dormir por las noches. Más de una vez fui despertado por Romanoff o por Steve en plan noche. Hubo días en los que no dormía por temor a convertirme en el otro sujeto y atacar a las únicas personas que me brindaron cobijo y comprensión.
Pero, pese a ello, seguía en desacuerdo con Steve. No quería ir por ayuda por el mero hecho de que, ¿quién me aseguraba a mí que HYDRA no adiestró al especialista que me atendería? Daba la coincidencia que su nombre era acompañado por un apellido ruso y ello, me alarmó considerablemente.
—No creo que sea buena idea, Steve. —Murmuré una vez fuera del edificio.
—Ella no trabaja para HYDRA. —Afirmó el rubio. Alcé una ceja, confundido. —Es una psiquiatra, la hemos investigado durante semanas antes de enviarte con ella. —Fruncí el entrecejo y Rogers rio divertido. —¿Qué? ¿Creíste que te enviaría con alguien sin investigarlo primero? —Cuestionó y yo fruncí la nariz.
—Me sorprende que sea una mujer quien me atienda. —Comenté. —He venido todo el viaje pensando en que tendría que ver a un hombre y ello, era exactamente lo que no quería.
Steve carcajeó.
—Vamos... —Posó una mano en mi hombro. —Necesitas ayuda.
Nos adentramos al interior del edificio, donde de inmediato vimos alguna que otra persona circulando en los pasillos. Nos dirigimos a la recepción y registramos mi nombre. Una muchacha nos recibió y atendió con amabilidad. Nos pidió que nos sentáramos y esperáramos a que la psiquiatra se desocupara con el paciente que atendía.
Observé el lugar y a las personas en ella. Éramos tres los que nos encontrábamos sentados, esperando nuestros turnos. Una señora de edad avanzada hojeaba una revista entre sus vetustas manos; otra observaba la televisión adosada a una pared frente a él, y la otra, una muchacha que se encontraba en un rincón de la sala, alejada prácticamente de todo. Fruncí el ceño; su actitud me llamó la atención tanto como su mirada posada en el suelo con bastante concentración.
No se movió en ningún momento, incluso pasado los minutos, ella, no movía absolutamente nada de su anatomía.
Me levanté del asiento y me dirigía al ventanal que dejaba contemplar a la ciudad. Miré con desinterés, sin embargo, también observé de re ojo, a la muchacha que ahora se encontraba a mi lado.
—Buck, iré por algo para beber. —Anunció Steve. Asentí.
Uno de los pacientes que esperaban se levantó de su asiento y se dirigió hasta la oficina de la psiquiatra. Había sido llamado.
—¿Es normal que demore tanto? —Le pregunté a la muchacha. Más ella, no se movió. Ni se molestó en mirarme. Fruncí el ceño, bastante confundido. —Me imagino que vale la pena estar una hora encerrada con ella... —Comenté. La muchacha movió su pie.
Al menos está viva, pensé. Miré el puesto a su lado y me senté. Tomé una revista y la hojeé con desinterés.
—No hay absolutamente nada interesante con lo que distraerse. —Volví a comentar y tiré la revista junto a las demás que reposaban sobre la mesa de centro. Miré el televisor y de re ojo, miré a la muchacha. Se mordía el labio, al parecer inquieta. —¿Te gusta lo que están dando en la televisión? —Le pregunté. Soltó un suspiro. —¿No? —Volví a preguntar. Sus dientes parecían querer incrustarse en sus labios pues, mordía con bastante fuerza. — ¿Estás bien?
La muchachita pegó un brinco que me tomó por sorpresa; le miré atónito pues, la manera en la que se alejó de mi fue con pavor. Creí, por un momento que había visto mi mano de metal, pero luego de ver que ésta estaba completamente cubierta por un guante, deshice esa posibilidad. Ella simplemente se fue de mi lado y se situó al otro extremo de la sala, precisamente en el rincón de ésta.
Vi llegar a Steve con un vaso en manos. Me lo tendió y lo recibí con gusto. El esquicito olor de la cafeína entró por mis fosas nasales, obligándome a cerrar los ojos y a disfrutar de ello.
—Ha pasado una hora y media, exactamente. —Comentó Steve tras observar su reloj. —Asumo que seremos los últimos.
—Nos hubiésemos ahorrado todo esto si a ti no se te hubiese ocurrido traerme hasta aquí. —Le recriminé.
—Era necesario. —Murmuró. —Te necesitamos en buenas condiciones para las próximas misiones.
Suspiré. Volví a mirar a la muchacha. Estaba en la misma posición, perdida en sus pensamientos seguramente.
—¿Ves a esa mujer? —Le pregunté a Rogers en un susurro. Él asintió. —No habla...
—¿No?
—No. —Afirmé.
—¿Le has hablado? —Inquirió mi amigo con una ceja en alto. Asentí cortamente. —Parece aturdida.
—Debe padecer algo muy grave como para no querer si quiera mirar a quien le habla. —Me encogí de hombros.
Mi vista esta vez se centró sólo en ella y en lo que posiblemente le pudo haber sucedido como para que ella no emitiera palabra alguna. Era realmente un misterio su actitud; ha de sufrir mucho, pensé, y no pude evitar sentir pena por ella. Cuando creí que yo era el único que sufría los tormentos generados por mi mente y mi pasado, ella, en su estado me dio a entender que su sufrimiento era mayor que el mío a tal punto de no dejarla hablar.
Me levanté de la silla y volví a sentarme a su lado. La muchacha comenzó a mover su pie frenéticamente y sus manos se escondieron de mi vista.
—Bucky Barnes. —Me presenté. Incliné un poco mi rostro para poder verla a la cara. Ella agachó la mirada, evitando que la viera completamente. Su cabello logró caer y tapar parte de su rostro. —No sé si te sirve de consuelo lo que te diré, pero, sea lo que sea que te esté atormentado, tiene solución. Ningún sufrimiento dura para siempre. —Le dije. Se removió en su puesto, inquieta. Miré mi vaso con el café aún intacto y no dudé en dárselo.
La mujer, por primera vez, logró hacer contacto directo con mi rostro. Me miró detenidamente unos segundos para luego, bajar la mirada y tomar el vaso entre sus manos. Fueron segundos efímeros donde pude observar sus ojos a la perfección; dos canicas pardas, bastante profundas pero llenas de pánico.
La voz de la recepcionista me sacó de trance al escuchar que llamaba a la muchacha. Ésta, rápidamente se levantó de su asiento y corrió hasta la oficina de la psiquiatra. Le miré mientras iba y cerraba la puerta con rapidez. Lancé un suspiro y volví a mi puesto al lado de Steve.
—Lo intestaste. —Me dijo. Yo suspiré.
—Disculpa. —Nos dijo la muchacha que atendía la recepción. —Ella te acaba de recibir el café, ¿no? —Asentí. La mujer sonrió amplia. —¿Te puedo decir algo?
—¿Qué cosa? —Fruncí el ceño.
—De todas las personas que se han acercado a ella con la intención de ofrecerle un café, ella jamás los recibió. —Dijo.
—¿Nunca? —Cuestioné.
—Nunca. —Afirmó. Miré a Steve, quien parecía algo atónito ante las palabras de la recepcionista. — Sea lo que sea, has realizado un milagro.
Y dicho aquello, se retiró del lugar para volver a su lugar de trabajo.