Capítulo 3. Mala leche

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Decir que mi final de día fue un asco sería poco . Apenas pude concentrarme en el trabajo mientras sentía la mirada del jefe sobre mí. No sé qué demonios le había pasado, pero de seguro algo estaba tramando o no me explicó el porqué de tantas visitas casuales hacia mi oficina sin la intención de hablar o por lo menos regañarme.

Evidentemente, había logrado joderme la existencia, ya que me había hecho quedar hasta las siete de la mañana en esa maldita oficina para acabar con todo el trabajo, como si mañana no pudiera hacerlos, como si su vida dependería de esto. Y encima de esto, al final me miró a los ojos y con frialdad e indiferencia me dijo: «Mañana en la tarde vamos a checar todo juntos» ¡Mandón de mierda con aire de divas! ¡El Grinch en versión atractiva!

Cuando por fin salí del edificio del diablo me dirigí hacia un restaurante italiano para coger mi pedido. Una pizza diavola, con extra pepperoni, picante hasta el infierno. Luego pasé por el supermercado donde compré unas cuantas botellas de cerveza y una botella media de Nutella. Necesitaba sacarme ese mal humor que el jodido jefe logró provocarme.

—¡Hola, mi bebé!— saludé al señor Mustaque, que estaba esperándome hambriento mientras cerré la puerta con el pie, no antes de asegurarme si mi queridísimo jefe había llegado a su casa. Gracias a Dios, no. —Perdóname, mom petit cherry, pero este hombre resultó ser la crème de la crème de la arrogancia.— sí, estaba hablando con mi gato, y no, no soy ninguna esquizofrénica. —¿Qué hiciste hoy? Ven con tu mami a que te prepare tu comida, ven, ven.— dije mientras caminé hacia la cocina, dejando las bolsas sobre la mesa y preparándole su comida.

Abrí el grifo de la ducha y mientras esperaba que se calentara el agua, mis pensamientos empezaron a divagar. Quería ver su mirada furiosa cuando se enterará del problemita que tiene con su coche, o mañana cuando una vez más pienso llegar tarde, pero lo que más me sorprendió fue un pensamiento que pasó como un relámpago por mi mente, ¿cómo se veía Iker Sinclair sin camisa?

—¿Qué te pasa, idiota?— sacudí la cabeza. —Eres rubia, pero no debes mostrarlo. ¡Compórtate, Mila! Sé coherente por una vez en tu vida. — me regañé a mí misma mientras me metía bajo el agua caliente.

Aún no me explico si el culpable fue el agua que intensificó ese olor, pero de un momento al otro me vi envuelta en el fino, elegante y atractivo perfume del señor Sinclair. Se me cayó el alma a los pies. Sentir su olor cuando él no estaba presente o fantasear con su cara tan diosa era un billete directo hacia los problemas. Un billete solo de ida hacia el infierno y yo no quería llegar allá.

Me duché y me vestí rápido con un pantalón corto y una camiseta ligera blanca que me cubría hasta los pantalones.

Quince minutos más tarde estaba en plena conferencia con Irina y con mi hermana a través del Skype mientras comía y bebía, hablando de hombres, ropa y especialmente del embarazo de Irina.

Te conozco x los zapatos ©®  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora