Capítulo 20. Días desiertas

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El domingo por la noche todo se había vuelto insoportable. Estaba pensando en ella demasiado y de formas diferentes. Solo su nombre me ponía a mil. «Bruja desquiciada». Esto debía haber sido fácil para mí. Ella debía haber sido mi asistente personal número dos, nada de atractiva, cero de creída y nula en contradicciones. Pero al final me topé con Rambo vestido de mujer. ¿Cuándo había perdido tanto el control?

En ese punto llegué a preferir sus bromas pesadas a sus réplicas matadoras. Por muy horrible que fuera entonces, ahora era un millón de veces peor.

Tal vez hubiera sido mejor si le hubiera dicho la puta verdad, que todo fue una prueba para ver si ella estaría capaz de aceptar algo así. «¡Serás imbécil! Le dices esto y unos segundos después te agarra por la yugular
Quise entender que era lo que le permitía al senador tocarla y mirarla de esa forma y al final logré joder más la situación. ¿Qué derechos creía que tenía sobre ella?

—¡Me vas a volver loco, mujer!— murmuré enojado conmigo mismo, con la situación y con los resultados de mi maniobra.

Me bajé al límite mínimo de la idiotez en cuanto no aguanté más y cometí el error de llamarla. Evidentemente que la «Señorita rompe-cojones» no contestó ni al teléfono, ni al email y mucho menos a la puerta. Estuve convencido de que vio mis llamadas pero la orgullosa, aterradora y criminal no dio ninguna señal de que quisiera hablar conmigo.

Anhelé por el lunes y cuando por fin llegó me sentí más extraviado que nunca. Me había preparado mentalmente y espiritualmente para nuestro encuentro.

Primero, no podría verme empujado a discutir con ella. Esa mujer vivía para llevarme la contraria, para rivalizar y para desafiarme constantemente. Esto, y la posibilidad de que me empujé enfrente de un coche.

Segundo, nada de discusiones con doble sentido si no quería regresar castrado a mi casa y tercero, intentar explicarle.

Y a la mierda se había todo mi plan porque ella llegó con el suyo, y juro que logró romperme la determinación con la cual había llegado en solo unos minutos.

Lunes, me ignoró mientras andaba de coqueta y terriblemente sonriente con todos mis empleados. «No puedes jugarme con mis propias cartas»

Aguanté.

El martes, pasó lascivamente por mi empresa con un pantalón apretado que sacaba en evidencia su perfecto trasero rotundo y una camisa un tanto transparente. «Juegos sucios»

Aguanté.

El miércoles fue peor. Siguió su plan de ignorarme, pero esta vez consiguió crearme verdaderos sentimientos de bipolaridad. «Pero, ¿qué tipo de juego infantil es esto?»

Aguanté con dificultad.

El jueves, exploté.

—Dile a la señorita Flow que venga a mi oficina en este mismo instante— le dije a mi asistente personal número uno mientras me acomodé en la silla.

Te conozco x los zapatos ©®  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora