Capítulo 44. Digo que...

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«¿Lo mato?»

«No lo mato»

«Pensándolo mejor... ¡sí, lo mato!»

—¿Qué coño haces tú aquí?— resoplé mirándolo fijamente, mostrándole un rostro duro, determinado, aunque mi mente me decía que debía hacer lo correcto y darle por lo menos la chance de hablar «¿cuál se la había ofrecido tantas veces?», mientras que mi corazón me suplicaba a acabar la guerra.

—Te dije que no me iré hasta que no me escuches— respiró hondo antes de preguntar —¿Estás dispuesta a hacerlo?

—Es la única salida que tengo para que te vayas, ¿no?— sonreí irónica mientras me dirigí hacia él. —Que sea rápido y corto.

—No— se interpuso mi abuela, Greta. —No, así no. —negó con la cabeza mientras se dirigió hacia nosotros—Así no llegarán a nada. —sonrió en cuanto llegó al lado mío. —Opino que es mejor que lo hagan mañana, cuando ya habían descansado y pueden estar con la mente tranquila.

—No hay muc...— me interrumpió.

—Corazón—acarició mi rostro—Estás demasiado alterada para llevar una discusión— añadió antes de girar su atención hacia Íker—Y tú, tú estás demasiado cansado como para poder hacer algo productivo.

—Como siempre, mi esposa tiene razón—escuché la voz cálida de mi abuelo que con pasos lentos se nos había acercado—. Paciencia.

Si me habían dado un dólar por cada vez que ellos me habían dicho la palabra «paciencia» : en este momento me encontraría bebiendo un cocktail en mi propia isla privada.

Cuando les comuniqué que Íker estaba afuera y que lo único que quería decirle en su cara de Pokémon era un «vete a la mierda», solo negaron con la cabeza y me dieron consejos certeros y de eficacia demostrada. Pero después de un largo discurso en el cual cada persona de esta loca familia había opinado y me habían aconsejado, por fin he llegado a la conclusión de que ya antes había tenido : Íker Sinclair fue mi jefe por treinta días, es un tipo nefasto cuyo ego es más grande que la galaxia, que aparte de esto se cree el dueño absoluto del título de moja bragas, y evidentemente es un imbécil. Punto. Final de la discusión.

—¿Hablarás? — Volví a sentirme encabronada con él, para que después vuelva a sentir cómo las mariposas se apoderan de mí y para que unos segundos más tarde me enoje por esas mariposas y porque me había recordado que estaba encabronada.

«Hormonas, no me hagan esto, no ahora»

—¿Cómo te sientes?— preguntó Íker.

—Igual que hace unas horas— resoplé—. ¿Hablaras sí o no?— miré sus ojos rojos e hinchados, y parecía que no había dormido desde hace días.

«¡Enojo, vuelve aquí ahora mismo!»

—Lo que Millita quiere decir es que mañana te dará la chance de hablar—, mi abuela negó con la cabeza, mirándome con expresión reprobadora.

—Estoy demasiado segura de que no fue esto, lo dije — me crucé de brazos.

—Estoy demasiado seguro de que usted, señorita, extraña mucho sentirse de nuevo castigada— se interpuso mi padre.

—A una mujer embarazada no se le castiga, le afecta el aura— sonreí mientras que mi abuelo saltó una carcajada. — Aparte, qué tipo de ironía sería castigarme a mí en el favor de Íker.

—Anda, hermanita. quita tu cara de maldita y sé más buena, aparte mañana es la Navidad—dijo Milly. —Si estamos todos aquí, ¿por qué no hacer algo bonito de todo esto?

Podría haber encontrado mil fallas en su lógica, pero por una razón totalmente ajena y desconocida me callé. Supo lo difícil que fue para mi hermana vivir con el pensamiento de que nuestro padre no podría aceptar a su novia y en ver que su sueño se había cumplido, me hizo retroceder.

Expiré con frustración y me dirigí hacia el sillón viejo pero extremadamente cómodo de mi abuelo. Era mi lugar preferido de la casa porque cada vez que lo miraba recordaba mi infancia, como en cada Navidad mi abuelo se sentaba allí recibiéndonos sobre sus rodillas listos para contarme una hermosa historia. Mientras mi abuela nos preparaba una taza con chocolate caliente, a Milly y a mí y a mi abuelo una caja con vino cálido y sabor a canela.

—¿Y mis chocolates?— cuestioné de cuándo me senté en el sillón notando la falta de mi cajita roja llena de chocolate. —No me digas que llegaste con la mano en el culo sin ni siquiera llevarme unos chocolates. ¡No manches, Íker!— gruñe molesta. —¿Ven? Esta es una razón más por la cual este...—cerré los ojos y le mordí la lengua para no describirlo—tipo no merece ser escuchado.

—Si te traje unos dulces— replicó con cierta arrogancia, pensándose la persona más lista del mundo.

«No debes alterarte. Sabes que es su forma de intentar hacer las cosas bien. Atte: tu cerebro»

«La-la-la, ¿por qué complicarnos la vida cuando a este pedazo de mierdita lo podemos mandar a su país en Mierdaland. Obvio, después de que nos entregue nuestros dulces. Atte: neurona bailarina»

—¿Y quién crees que quiere tus dulces?— repliqué irritada.

—A veces siento que estoy tratando con una niña chiquita.

—¿Qué te digo yo, la que llevo un intento de relación con un prematuro?

—¡Qué ya!— se interpuso mi abuela. — Mañana es la Navidad y la vamos a celebrar juntos y felices.

—Juntos y felices—repitió mi abuelo en tono claro, mirándome a mí y a mi padre— no malhumorados e irritados. — hizo una pausa—La Navidad nos está ofreciendo un hermoso regalo que debemos aceptar con el corazón abierto y con la inocencia de un niño y no desperdiciarlo por rencores y orgullo. Mejor nos fijamos en lo que la magia puede construir y aceptamos que somos muy afortunados de estar hoy, aquí, en esta fórmula.

Durante el discurso de mi abuelo, no pude alejar la mirada de Íker, quien simplemente lo estaba mirando y estaba asimilando cada palabra que había dicho. Creo que fue la primera vez que vi sus ojos brillar de esa manera, era un brillo especial, uno que reflejaba tristeza, dolor y esperanza.

Después de largos minutos de pensar en todo lo que mi abuelo había dicho, miré hacia mi familia. Mi abuela y mi mamá estaban preparando una parte de la comida de la cual mañana íbamos a disfrutar, mi abuelo y mi papá miraban por la ventana mientras platicaban sobre cual árbol será mejor cortar para mañana mientras bebían vino y mi hermana que estaba a mi lado y hablaba con su novio Íker.

—¿Cómo está, Raúl?— pregunté de repente haciendo que Íker me preste toda su atención. —¿Realmente piensas mandarlo a un internado?

—Jamás haría algo así— repliqué—Raul está bien, actualmente se quedó en la casa de mi hermana, Valentina.

Me quedé callada. no sabía si Íker estaba al tanto de todas las mentiras de Antonetta, y mucho menos podría confiar en él nuevamente.

—Entiendo— me mordí los labios inferiores.

—Raúl, está donde siempre debió estar— prosiguió.

—Así que te enteraste.

—¿Lo sabías?— se sorprendió y asentí con la cabeza. —¿Por qué...?— lo interrumpí.

—Porque no quisiste escucharme.— repliqué—Tu esposa, la víbora venenosa, bien vestida y con elegancia, me lo confesó cuando me había encontrado con ella en el restaurante.

—Hay un pequeño error en lo que dices.

—¿Realmente la vas a seguir protegiendo?— pregunté alterada—¿Me vas a decir que no es una víbora de...?— y ahora fue quién me interrumpió?

—Te voy a decir que no es mi esposa, es mi ex esposa.

Te conozco x los zapatos ©®  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora