Capítulo 42. Amor y otras mierdas...

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Había pensado todo el camino en ella. Cada kilómetro que me llevaba hacia el pueblo donde se encontraba «la rubia del infierno» hacía que mi pulso crezca más. No sabía cómo hablarle o por lo menos cómo empezar una conversación con ella.

Primero pensé en regalarle una sonrisa, pero esto solo podría traerme un puño directo hacia mi rostro y tal vez unas severas consultas al dentista. Luego, comencé un monólogo maduro, pero muy rápido entendí que Milla era de las que se aburrían fácilmente, así que cuando yo a poco iba a acercarme a lo que verdaderamente era importante, ella ya podría haberse ido en busca de un cuchillo. En lo último, opté por una broma, pero recapacité de inmediato y me di cuenta de que sea lo sea, nada iba a servirme porque iba directamente al infierno para quemarme.

No estaba preparado para un confronto con ella, pero, ¿quién en mis condiciones lo estaría? Había cometido un error tras otro y sabía lo difícil que iba a ser conseguir su perdón y lo fácil que podría morir en ese encuentro.

—Muévete y hablaré—me dije a mí mismo, animándome a salir del coche. —La bruja debe escucharte, por lo menos, ¿qué tan mal podrías pasarla?—me armé de valor. —¡Soy un imbécil! ¿Qué tan mal podría irme? Esta mujer conoce todas las modalidades de tortura. A veces creo que ella le enseñó a Hitler cómo torturar a la gente, ¿qué digo? Ella inventó el juego del gato y el ratón mientras jugaba con el diablo. Y para ser claro, ella era el gato.

Estaba mirando perdido el volante del coche mientras checaba la hora pensando en cómo iba a entrar en esa casa y sobre todo en la cara que Milla iba a poner. Justo cuando mis remordimientos estaban al máximo nivel, la vi saliendo de la casa.

Con solo verla pude sentir cómo todo mi cuerpo se había puesto tenso y cómo mi corazón comenzó a latir con más fuerza. La vi caminando hacia el coche de su padre sin mirar hacia ningún lado. Era la más hermosa mujer poseída por el diablo que Dios me había dado por ver.

Suspiré profundo y sabiendo lo que me esperaba, me bajé del coche y caminé hacia ella, que en ese momento estaba de espalda.

Un fuerte viento de invierno apareció y ella se detuvo por unos fragmentos de segundo. No sabía si por alguna casualidad me había visto o algo así que, con el corazón entre los puños, decidí no perder más el tiempo.

—Milla...—dije con un nudo en la garganta, quedándome estático, igual a ella.

Ella se volteó decidida tras unos minutos de silencio total. Su rostro era atípico. Tenía el ceño fruncido, lo que mostraba su gran enojo conmigo, sus labios entreabiertos que reflejaban la inesperada sorpresa de mi presencia y, al último, sus ojos brillantes. Precisamente su mirada lúcida, iluminada y profunda fue la que me armó de valor porque detrás de todo, en fondo, sus ojos reflejaban una mirada de amor, una de esas que puedes reconocer con facilidad aun si en frente de ti se encuentra el mejor actor de todos los tiempos.

Te conozco x los zapatos ©®  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora