Valentine [SuFin]

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Berwald podía decir, que en su vida no tenía reales dificultades; académicamente era excepcional, los deportes y toda labor que requiriera inteligencia eran un campo favorable, bastante favorable para el adolescente de casi diecisiete años.

Sin embargo, si había un tópico que era sumamente difícil, y no era precisamente su habilidad social—que si, en realidad necesitaba trabajar en eso—, en realidad, lo que le estaba torturando de manera suave, pero desesperante, era algo que muchos buscaban, muchos otros rehuyen: estaba enamorado, y de un chico además.

¿Cómo podía evitarlo? Tino, el objeto de sus secretos afectos, era encantador en todo sentido: de bonitos ojos, adorable sonrisa, y amable carácter, había atrapado a Berwald sin quererlo. Ambos eran jefes de su grupo, así que conocer al chico en esos aspectos fue sencillo.

Con San Valentín a unos días, no tenía pista de cómo confesarse; entendía bien lo indulgentes que eran esas fechas con los enamorados, y probablemente era su mejor oportunidad.

Así que pensó en algunos de sus compañeros que pudieran ayudarle—y que además tuvieran un poco de experiencia en salir con otro chico—. ¿Quién podría ayudarlo en las artes del romance? El tiempo se acababa, así que hizo una pequeña lista con quienes creía aptos para pedir consejo.

El primer sujeto que encontró adecuado, fue Feliciano Vargas—que primero fue con Lovino, pero este le dijo una serie de groserías en italiano antes de dejarlo continuar—, el dulce italiano que se sabía que salía con el miembro del comité de orden de la escuela Ludwig Beilschmidt—quien intentaba mantener en secreto—. El joven italiano, quien también se le conocía como alguien coqueto antes de salir con su compañero alemán, habló con él en el pasillo, antes de entrar a clases:

—Es sencillo, dile cosas lindas, elogia y resalta lo que más te guste de esa persona —respondió con una sonrisa, y la mirada de su hermano mayor clavándose en su espalda cuando los vio.

Creyó que ese era suficiente consejo, y durante uno de esos momentos donde atendían unos pendientes que les encargaron los profesores, pensó en decirle algún elogio:

—Tu cabello, está bien —dijo Berwald entrecerrando los ojos, y haciendo más duras sus facciones.

Tino, que había sido regañado por el comité de orden por su cabello rebelde, creyó que su compañero—que le asustaba en circunstancias normales, de por sí—, estaba diciendo eso, para dejarlo claro que su aspecto desaliñado era un problema.

—Lo... ¡lo siento mucho Berwald! —exclamó Tino, acelerando el paso.

El rostro de Berwald, y el incidente con el comité de orden, no ayudaron mucho.

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El siguiente intento para saber que hacer fue con la siguiente persona que sabía, con toda seguridad, era un conquistador, al menos hasta que se supo que Arthur lo invitó a salir con él. La persona en cuestión, era nada menos que el presidente del club de reposteria: Francis Bonnefoy.

Oui, creo que necesitas mi ayuda —comentó Francis, quitándose el delantal para dar final a las actividades del club de ese día—. Creo que los detalles son importantes, pero una bonita sonrisa también Cher.

Y hubiera continuado hablando, de no ser porque el presidente del consejo de estudiantes—Arthur Kirkland—, había llegado claramente enojado, probablemente por Berwald inclinado hacia Francis para mantener su conversación como privada.

What is this? —gruñó con so acento natal. Francis suspiró cansado y negó suavemente con la cabeza.

Berwald decidió irse para no tener conflicto.

Tomó el consejo de Francis, y mientras revisaban unos avisos que ayudaría a pegar en el tablero después de clases, Berwald vio su oportunidad cuando Tino alzó su rostro, y cruzó su mirada con él.

Sonrió lo mejor que pudo. Al ser forzado, su boca se torció de una manera extraña, más bien aterradora:

— ¡Si hice que te enojaras, lo siento! —exclamó Tino asustado, recogiendo los carteles ya listos y corriendo a pegarlos para salir rápido del salón.

Cuando iba a ir con la tercera persona a pedir consejo, decidió que se rendiría; pasó tanto tiempo buscando cómo acercarse a Tino, que él de san Valentín ya estaba acabando. Vio en su andar, diferentes parejas y confesiones, que lo desanimaron todavía más.

Con Tino habiendo casi acabado el encargo, guardó los materiales, y optó por ir a cuidar algunas de las mascotas de la escuela, un par de conejos que estaban en un espacio diseñado por los alumnos detrás de la escuela.

Cuando se acercó al corral de las mascotas, fue a un pequeño almacén cerca del área donde estaban los animalitos. Revisó si habían comprado alimento, tomó una taza de metal para llenar el comedero.

Entró al corral, y llenó el suministro de comida. Se puso en cuclillas para estirar su mano hacia los conejos, que se acercaron sin miedo a Berwald, este rio suavemente ante la sensación del pelaje contra sus dedos.

Una bonita sonrisa se instaló en su rostro, resaltando sus ojos azules tras sus gafas.

Tino no pudo evitar ver lo adorable que era ese imponente chico sonriendo así. Aunque en realidad, siempre había admirado y sentido algo por lo trabajador, como dispuesto a ayudar que era Berwald.

Su compañero sueco, fue el único que se atrevió a poner un alto a las actitudes de un alumno transferido de Dinamarca.

Creía que Berwald era confiable, firme, y valiente.

— ¿Puedo...puedo ayudarte? —preguntó avergonzado al otro, que aún estaba de cuclillas para acariciar a los conejos.

Berwald vio sorprendido a Tino fuera del corral—claro que esto no se vio en su rostro—, y tras unos segundos en silencio, asintió con firmeza.

—No sabía que te gustaran los animales —comentó Tino, notando que los animalillos huían de él un poco nervioso—. También eres bueno con ellos.

— ¿Quieres acariciarlos? —Preguntó el chico más alto de forma seria, cargó con cuidado uno de los conejos, y lo acercó muy lentamente a Tino—. Muy lento, con mucha delicadeza —indicó.

Tino acercó su mano preocupado por asustar de nuevo al conejo, pero este en manos de Berwald se veía tranquilo.

Berwald pensó, que era más su estilo ser directo, y teniendo a Tino ahí con él, sin lucir asustado, lo veía como el mejor momento para confesarse.

No era Feliciano, ni el seductor de Francis Bonnefoy, pero daría lo mejor:

—Tino —murmuró con su profunda voz, llamando la atención de su otro compañero que le sonrió—. Me gustaría...que salieras conmigo, me gustas.

El otro chico se puso rojo, de una tonalidad que puso un poco nervioso a Berwald sobre el bienestar de Tino.

— ¿Yo...yo? —se señaló, comenzando a sudar por el impacto de la súbita confesión.

—Sí —afirmó—. Si quieres.

Aquella era confesión bastante extraña, estoica y dicha como si fuera de manera automática, por un robot que simulaba ser un estudiante de su edad.

Y eso le apreció encantador una vez pudo calmarse, conocía a Berwald, habían estado en el mismo salón un par de años.

—Me gustaría...—respondió aún más rojo, y en un murmullo que no se escuchó claramente, no obstante para Berwald no había necesidad.

—Podemos ir a zoológico —ofreció el más alto, estirando su mano al levantarse para ayudar al, muy, ofuscado Tino.

—Me encantan los animales —agregó al ser ayudado por Berwald, y notar que las manos de este estaban notablemente cálidas.

Berwald volvió a sonreír, como Tino no creía que nadie hubiera visto; la sonrisa de ese chico que le sostenía la mano—que a todos les daba un poco de miedo—, era muy bonita.





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N/A: Un premio para una personita que se gano un oneshot, ¡espero te gustara!

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