Como la brisa ahogándose en la lluvia, como el odio ante poniéndose con corrosiva facilidad a la ternura, a los lazos. Las memorias se volvieron lejanas, tan idílicas como lo efímero, oculto en la candidez de alguna rima infantil. Así era el afecto entre ellos, así eran las remembranzas dichosas, esas desperdigadas, para Escocia e Inglaterra.
Sus sentimientos, las cosas que sostuvieron como queridas, quedaron resguardadas; tal vez, en los arbustos de bayas y espinas de aquellos senderos que anduvieron cuando fueron jóvenes, similares a un niño.
En sus vidas como naciones, poco —o nada— tenía lugar la ternura para ellos; por más que Allistor, Escocia, quiso protegerse, quiso proteger a Arthur, de la crueldad de los humanos, del inevitable destino de forjarse en la guerra y el sendero del impiadoso. Inglaterra mostró que poco necesitaba protección, y que ya era conocedor de la muerte.
Sin embargo, existía un breve tiempo, unas pocas décadas (tan efímeras, que pensaba que era la ilusión de alguno de esos misteriosos seres que corrían por sus tierras). Esa memoria era cotidiana, un simple momento mundano de tardes en que caminaban por las praderas; Arthur iría enfurruñado por las espinas que rasgaron sus ropas, y él lo llevaría a buscar algunos otros arbustos para pasar la tarde comiendo frutos.
¿Quién diría que las espinas y las bayas siempre iban juntos?
Arthur entró a la habitación de pesadas paredes de piedra con grandes zancadas, y el rostro rojo por una furia mal contenida; buscó al más frecuente ocupante de aquel magnífico salón.
—¡¿Qué pretendes?! —vociferó Inglaterra, llamando la atención de cierto hombre de fieros cabellos rojizos, sentado en el alféizar de una ventana, con expresión contemplativa; las protestas se alzaban y cortaban las gruesas paredes del castillo con insistencia.
—Aye, ¿Qué pretendo? —contestó con la misma pregunta Escocia, que miró con gesto cansado al reino—. Verás —señaló el vitral del salón con un movimiento de cabeza—, esto no es algo que iniciara; mi gente está insatisfecha con el Acta.
—¡No quieras ignorar tu responsabilidad! —alzó su voz, que recorrió la estancia con el poderoso eco propio de ella—. ¡Haz influenciado a tu gente! ¡No me digas que como nación no estás influenciando el sentir de tu gente! Mis reyes están muy nerviosos con esto, ¿sabes? —exclamó con los puños cerrados con fuerza a su costado, dejando que su ira se descargara un poco.
—¿Has venido debido a tus reyes? No me sorprende —espetó Allistor sin moverse de la ventana—. Sólo si tienes que verme, o necesitas algo, es cuando vienes.
—¡No estoy para tus juegos, Scotland! —reclamó Arthur, acercándose al mayor con postura tensa, y el mentón en alto.
El no estaba jugando tampoco . Pensó Escocia.
—Ye 'now —intervino Allistor—. Mi gente toma sus decisiones, es más bien ellos quienes nos influencian. Y sabes que mis reyes apoyan esto; ya pasará. —Se encogió de hombros.
Sí, la firma del acta fue la primera vez en que ambas naciones encontraron un punto de acuerdo, una forma de unión definitiva, entrelazando sus caminos y sus reinos. Ambos deseaban mantener sus legados bajo sus estándares religiosos; por esa razón es que Arthur no puso objeción alguna al posicionamiento de escoceses dentro de los consejos de su propia monarquía.
Inglaterra y su parlamento mostraron abierto apoyo; la población escocesa, temiendo nuevamente amenaza a su libertada —recordando viejas guerras— , se negó rotundamente, estallando en protestas.
Arthur estaba a unos centímetros de él, respirando agitado por el estrés de la situación. Sus ojos verdes fijos en la figura recargada contra la pared, que le sostenía la fiera mirada. Podía sentir la tibieza de las manos de Inglaterra sosteniendo con férreo agarre sus ropas, para obligarlo a inclinarse, acercando ambos rostros.
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Stories, Fate, & Etc [Hetalia] [Oneshots]
FanfictionRelatos cortos de todo tipo, y varias parejas. *Habrá crack *Hay oneshots de Latin Hetalia *En algunos puede usarse 2p *Se deja como terminado, pero se irán agregando de a poco.