House of Cards [China x France] [R18]

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Era como observar una baraja de naipes desplegar y mezclarse entre dedos avariciosos, entre dos pares de manos tan antiguos como el tiempo mismo. Con sonrisas que decían poco más que nada, sin significado real, sin voluntad de intención, pero ojos cargados de la hiel del poder, es como se desentrañan los encuentros entre las dos naciones que se habían alzado como victoriosos de una guerra sin declaración.

¿Pero la guerra necesitaba armas, o tratados? No, las cosas eran diferentes, absolutamente diferente. Sí, era una guerra: sin embargo, el conflicto se desenmaraña al ritmo de China y Estados Unidos, quienes necesitaban fronteras; nada más dinero y política convirtiéndose en los jokers de las barajas que eligieron.

China era consciente de cómo todos favorecen a Estados Unidos en la guerra comercial. ¿Quién no lo haría? La nación americana tenía atados muchos de los grandes mercados, y encontraba la forma de que su moneda dictara la dinámica del resto (aún, si eso hubiese terminado en desastre en más de una ocasión).

No necesitaba molestarse, qué le subestimaron siempre le había dado ventaja. Quizás, lo único, es que sus desventajas las convirtieran en lo que componía su persona y lo juzgaran por eso. Él era tan longevo como los dragones de sus leyendas, tan fuerte como el aliento ardiente de los mitos de esas criaturas.

Tenía desventajas, sí, pero no por nada era el titán comercial que estaba en pie de una guerra que él también había construido.

—La Chine —llamó una voz suave, con una gravedad que parecía sugerir demás aunque no lo pretendiera—. ¿Puedo hablar contigo? —se acercó al oriental, sonriendo—. No esperábamos que Alfred llegara a esos extremos.

China entrecerró sus ojos, sin mover ningún músculo más del rostro del europeo. Ah, podía decir con facilidad que Francia quería hablarle de trabajo, de todas las naciones cerca del mediterráneo eran ciertamente fáciles de leer.

No era tampoco inesperado, no después de que Alfred estallara en un G8 contra él, baneando una de sus compañías de telefonía celular en su país, y por lo tanto, poniéndole un muro comercial en el continente americano. Todos habían jugado en favor del americano, viendo más beneficio en ello.

Incluso Francia, aunque no le quedaba de otra, no si Alemania e Inglaterra parecían moverse en favor de la economía globalizada de Alfred.

—Sí, Fàguó —accedió China—. ¿Qué tal si almorzamos antes? No me gusta pasar tanto sin comer nada.

Considerando que Yao era el anfitrión de la ocasión, el galo no puso objeción de ir a almorzar con él a su casa (un magnífico edificio tradicional).

Francia le sonrió durante toda la comida; volvió a disculpar su apoyo a Alfred, y dejó claro que deseaba jugar en un juego más neutral por el bien de las relaciones que mantenían.

Ese, fue otro elemento que le sorprendió tener a su disposición; el deseo de Francia de mantener términos amistosos entre ellos (de volverse cercano para que Yao obviara sus acciones frente a los otros miembros del G8).

Francis se relajó, y permitió a Yao manejar la conversación a su ritmo, se permitió navegar en ojos oscuros insondables, mucho más viejos (más letrados en los menesteres del mundo).

Bueno, pensó Yao, es otro naipe en mi mano.


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