Princesa [FrUk] [NyoFra]

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La revolución llevaba ya muchos años, y cuando creía que la estabilidad estaba esperándola en un período de paz, el rencor de su gente contra la monarquía volvía a resurgir.

Sin mencionar que estaba él, buscando mortificarla aún más: nada menos que Arthur Kirkland, el mismo Inglaterra haciendo gala de la barbaridad de su gente que decidió portar el título de "Piratas". Si su revolución no era suficiente, y las constantes ejecuciones, también estaba la fanfarronería de esa nación.

Marianne ya estaba harta, lo suficiente para incluso ignorar que—nunca lo admitiría— que los constantes abordajes de Arthur en sus puertas, o los saqueos de sus flotas comerciales, la ponían nerviosa: ¡No iba a permitir que se siguiera burlando! Quizás eso no sería visto con buenos ojos por su rey, no obstante ella era Francia, y se plantaría frente al bruto de Inglaterra para defenderse, dentro de lo posible.

Se miró al espejo, ajustando con desagrado sus ropas, las más sencillas y menos elegantes que encontró, pero no iba a permitir que sus mejores galas se mancharan con pólvora, o se rasgaran si Arthur decidía pelear.

Tocó sus cabellos con duda, y decidió dejar la pequeña corona que los sostenía, porque si bien iría con la intención de ahuyentar a Inglaterra, eso no impediría que portara lo que quedaba de su monarquía representado en ese adorno de cabello, perdiera la elegancia.

Acomodó su capa purpura, y cargó su mosquete.

Caminando por los pasillos del palacio, se cruzó con su rey que le dio una mirada extraña por su vestimenta, y sus labios fruncidos en disgusto. Luis iba a decirle algo, pero el mosquete que llevaba en mano lo asustó, sin mencionar que Marianne también portaba una de sus mejores espadas en la cadera.

Quizás Arthur tuviera la ventaja en las aguas, pero en cuento a enfrentarse usando sus dos armas favoritas, Marianne lo había hecho morder el polvo antes, y haría lo posible de defender a sus marineros del atroz comportamiento de esa nación con cabello desaliñado.

Y había sido una semana espantosa, con sus reyes haciendo oídos sordos, además de las multitudinarias ejecuciones de la turbulencia de la época. ¿Permitir que Inglaterra se burlara a sus expensas? ¡Patrañas! Iba a lidiar con eso problemas, al menos uno de la montaña de crisis internas que tenía.

Marianne se plantó con los brazos cruzados en esa mañana gris, y esperó a ver la bien conocida insignia de los piratas, que según lo rumores, deberían estar por llegar esa mañana. La bruma hacía difícil ver, pero la silueta de esos ominosos barcos que detestaba no se hizo esperar.

Francia era consciente de que contrarrestar el ataque de Arthur de manera frontal ella sola, no era lo más sensato. Se acomodó su capa, y verificó que su corona estuviera firme; camino hacia uno de los muelles más pequeños, esperando que uno de los barcos se acercara lo suficiente.

Logró subirse a una embarcación de mercaderes que estaba siendo obligada a zarpar para entregar su cargo. Marianne quería defender a los pobres marineros—su economía no estaba para mantener al bribón de Inglaterra—, no obstante, en esa ocasión, tenía que ser paciente.

Esperó a que varios de los piratas de la otra nave abordaran esa, y analizó oculta, detrás de un barril, el número de barcos de que traía Arthur en esa ocasión.

¿Uno solo? Marianne sonrió, eso le daba oportunidad de deshacerse al menos de los cuatro piratas que estaban revisando el barco, y hacer que Inglaterra regresa por esa vez. Usar el mosquete a una distancia corta podía ser más perjudicial por el retroceso, como el tiempo de carga, así que usaría sus siglos con la espada para deshacer de ellos.

El primer pirata fue fácil, aprovechó la bruma para aventarlo al agua al empujarlo con toda su fuerza; el segundo tuvo que esquivarlo cuando tuvo la intención de patearla al ser consciente de las intenciones de Marianne, con la inercia del movimiento decidió pegarle detrás de la cabeza con la espada envainada.

Los otros dos la siguieron, y desato una de las velas para desorientarlos, aprovechando para disparar a sus pies, logrando que uno callera, el otro logró sostenerse de una cuerda; con daga en mano se acercó a Francia.

— ¿Una mujer noble? ¿Estas demente? —cuestionó confundido el pirata, que sin dar tiempo a que Marianne respondiera, levantó el brazo para tomar fuerza en su golpe con la daga dirigido a la mujer.

— ¿Tienen el descaro de hacer frente a una dama? ¡Vulgar! —exclamó indignada Marianne, que aprovechó su agilidad para evitar que la daga le tocara el hombro; dio media vuelta para asestar un corte en uno de los costados del hombre, y lo golpeó en el rostro con el rifle en los segundos que el pirata tocó su costado ante el dolor de la herida.

Lo empujó al agua, como los otros.

Angleterre! Angleterre! —exclamó con voz bien modulada, y esperó con una mano en la cadera, la cabeza en alto, recargando una mano en su mosquete que estaba apoyado en el suelo.

Los humanos tenían miles de años que aprender, antes de enfrentarse a una nación con ese tiempo de experiencia en la batalla.

Arthur miró molesto, ocultando su sorpresa, a Francia, que miraba risueña a sus piratas mojados subiendo al barco.

— ¿Qué haces aquí, princesa Rana? —Bufo con tono mordaz, y observó los cabellos desordenados de Marianne, y su rostro enrojecido por la breve batalla—. ¿No deberías estar en palacio?

—¿Y tú Angleterre? ¿No deberías estar siendo un bruto en otra parte? —regresó el tonó irónico con clara furia en sus bonitas facciones—. No tiene caso intentar razonar con un pirata, bestias lo más lejos que existen del concepto más burdo de caballero, Monsieur.

Como hombre inglés, le ofendía profundamente que Marianne lo llamara un bruto, y que demeritara su reputación como caballero.

—¡Te puedo ver temblar, Marianne! —Gritó a Francia, logrando que la mujer abriera un poco los ojos, para recuperar su pose unos segundos después—. Eres pura habladuría. Sin embargo, love, contrario a lo que pienses, sí soy un caballero: me retirare por hoy.

Francia no respondió nada, simplemente acomodó el mosquete para recargarlo contra su costado para soportar el empuje, y disparó con exactitud una tensa cuerda de una vela, que casi le vuela la cabeza a Inglaterra y algunos de sus hombres.

Algunos de los piratas que observaron el momento, atinaron a silbar con admiración el movimiento de la mujer, que además había logrado vencer a cuatro de los hombres del capitán Kirkland.

—Y como una dama que le gusta dejar una gran impresión, no puedo evitar querer despedirme como te mereces, Monsieur Kirkland. —Guiñó el ojo, y preparó el mosquete para volver a disparar.

Arthur miró de manera recriminatoria las exclamaciones y silbidos de su tripulación hacia Marianne, quienes callaron inmediatamente. Inglaterra se estaba divirtiendo de sobre manera con los saqueos a Francia, hasta ese momento no pensó que podría surgir algo así.

E innegablemente, Marianne se veía más hermosa con cada década, e Inglaterra no podía evitar buscar razones para verla, aunque fuera logrando sacarla de sus estribos.

Ahora se sentía emocionado, de pensar en ser recibido por Marianne, con arma en mano y una corona sujetando sus cabellos, como toda una princesa.

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