Una fiesta para Matthew [Canadá]

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Fue una mañana fría, mediados de diciembre, en el que Canadá despertaría debajo de su cama, con sus lentes rotos, un terrible dolor de cabeza, ni se diga el desastre que debía limpiar, y lo más importante, o desolador del panorama, era la docena de naciones que estaban inconscientes por toda su casa.

Salió debajo de su cama tapándose los ojos para protegerse de lo luminoso que sentía el cuarto esa mañana. Se sobó los hombros que le dolían bastante por dormir en el suelo, y vio sobre su cama a Alfred dormido, con... ¿Un traje de Iron Man?, ¿y ese era México vestido de Capitán América?

—Eh? —fue lo único que hizo presencia en su línea de pensamiento para ser dicho, antes de seguir observando, y decidir, por el momento, no cuestionar a los ocupantes de su cama.

Todas las habitaciones eran un desastre. Se estiró para bostezar, mientras rememoró un poco porque había tantas naciones en su casa, y lo que ocurrió; cabe decir que sus recuerdos eran vagos.

Fue en busca de una escoba, y comenzó a intentar barrer un poco el maní, como botanas varias, que estaban cubriendo su cuidado piso de madera. Encontró a España dormido en la escalera con una sonrisa, una Barretina roja adornando su cabeza, que contrastaba con un profundamente dormido Romano en sus brazos, que lucía anormalmente contento.

Levantó a Chile, todavía un poco ebrio, para evitar que se sofocara insultando a Estados Unidos, o algún país Europeo, no podía sacar mucho en claro con el latino y su curioso acento. Realmente lo único que le venía a la mente con nitidez,  hasta que investigara la versión oficial, es que todos estaban en una reunión de la ONU en su casa, y algo de que Alfred quería hacer una fiesta para él.

—¡¿Papa!? —exclamó Matthew con su suave voz, sobándose las sienes cuando su propia resaca, algo muy fuera de lo norma, considerando que no bebía, hizo aparición al levantar la voz.

Frente a él, acostados en su sofá más amplio, estaba Inglaterra y Francia. El primero con un corbatín negro, un delantal, y orejas de conejo, unas prendas que tiempo atrás le dieron para destruir, aunque nunca le quisieron decir porque; el segundo, vistiendo más o menos lo mismo, pero con unos lazos de color rosa en su cabello.

Le daba un poco de pena levantarlos, o verlos, dado que Arthur lucía bastante feliz y cómodo con Francia, a pesar de la vestimenta. El primero en despertar, que lucía bastante pálido por el probable desgaste de la noche, fue Francia.

Mon chéri? —cuestionó confundido, enfocando su vista para recordar donde estaba, hasta que se dio cuenta de su situación: la casi inexistente ropa, algo en su cabello, y Arthur abrazándolo sin pena, mientras aún dormía—. Angleterre? ¿Qué...? —miró aún más desconcertado al rostro de Inglaterra, y se intentó liberar.

—Ah, déjame ayudarte, papa... —Se acercó Canadá, y liberando al país galo del fuerte agarre que lo retenía por su cintura, ambos se miraron entre asustados, sufriendo un dolor de cabeza, y carentes de palabras—. Yo...no recuerdo mucho lo que pasó.

—Hubo mucha bebida de por medio, eso me queda claro, cher —señaló lo obvio con un suspiro—. ¿De dónde salieron estas ropas? Pensé que se habían destruido —dijo con una mueca. Aunque al ver las claras preguntas en los ojos del canadiense, decidió explicar un poco el origen de esas ropas—. Digamos que caímos en una broma y tuvimos que usarlas en ese tiempo, no quisiera hablar de eso Mathieu. Pero estoy seguro que Arthur las iba a destruir...

—Me lo pidió Inglaterra, pero creo que olvide destruirlas —dijo apenado Matthew—. ¿No recuerdas nada?

—Recuerdo que llegamos a tu casa, porque Alfred nos dijo que querías una fiesta —explicó, cerrando los ojos para pensar—. Después... ¡cierto! México propuso traer bebida, con ayuda de Rusia.

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