El pasado de Ethan
Ethan me había invitado a comer a un italiano, al parecer quería hablar de algo conmigo. Obviamente, no tardé ni dos minutos en despedirme de Carol y subirme en el precioso y carísimo coche negro.
A juzgar por el interior del restaurante, era de los caros: todas las sillas eran de cuero blanco, anchas y con reposabrazos, las mesas eran amplias con manteles suaves e impecables, bonitas y largas cortinas de fina tela caían con gracia desde lo alto de los enormes ventanales. Comprobé que era caro cuando nos trajeron la carta y vi los precios.
¿Unos espaguetis al pesto 28 euros? ¿Qué llevaban? ¿Pepitas de oro en vez de queso rallado?
—No te preocupes, ya te he dicho que invito yo.
Mi cara debía hablar por sí sola, mi madre siempre decía que era demasiado expresiva.
—Esto es demasiado caro.
—Lo que no voy a hacer es ir a comer a una cadena de comida rápida.
—Hay puntos intermedios —puse los ojos en blanco—. Cualquier restaurante serviría.
Se nos acercó un chico vestido con un elegante traje negro y camisa blanca. Supuse que era el camarero cuando se paró enfrente de nuestra mesa y sacó una especie de bloc de notas.
—Buenas tardes, ¿ya saben lo que van a tomar?
—Sí, para beber champán rosado —Ethan hablaba como un adulto—. Y para comer tomaré magret de pato a la naranja con setas —inconscientemente miré la carta y me quedé boquiabierta al ver el precio: acababa de pedir un plato de 48 euros sin pestañear—. Nerea, deja de alucinar y pide, el camarero está esperando.
—Yo prefiero agua para beber —vi como Ethan alzó las cejas, sorprendido—. Y para comer un entrecot con salsa roquefort.
Dudaba entre los espaguetis al pesto y el entrecot con salsa roquefort, pero teniendo en cuenta que en este restaurante posiblemente quedaría mal sorber los espaguetis, opté por la segunda opción. No me veía capaz de comerlos como la gente de clase alta: enrollándolos con la ayuda de una cuchara.
El camarero anotó el pedido, y tras inclinar levemente la cabeza, se retiró.
—¿Eso ha sido una reverencia?
—Aquí son muy educados.
—¿Sabe que no somos de la realeza?
Ethan sonrió ante mi comentario.
—Eso a ellos les da igual, en estos restaurantes deben mostrar más respeto de lo normal a los clientes. Piensa que a veces acude gente importante.
El camarero volvió con las bebidas, nos la sirvió en las copas y se retiró, no sin antes volver a hacer aquella ridícula reverencia.
—Nerea, quería hablarte de algo —puso una cara demasiado seria y dio un trago a su copa de champán—. No se me da bien tratar con personas, pero creo que debo contarte esto. No sé si tu hermano te habrá hablado del tema, pero después de que mi madre muriera, mi padre nos abandonó a mi hermano y a mí. Según él, le recordábamos demasiado a mi madre. Tras un par de años viviendo los dos solos, mi hermano decidió irse a vivir fuera, había conocido a una chica y querían pasar tiempo juntos.
—¿Por qué me cuentas esto?
—Porque puedo llegar a entender cómo te sientes, por eso tu hermano quiere que te quedes conmigo. Cree que estarás mejor si tienes a tu lado a alguien que, aparte de escucharte, pueda entenderte.
Se hizo un silencio incómodo. Obviamente, quería quedarme con él, ahora más que antes. Ethan estaba solo, igual que yo lo estaría en breves. Pasó por todo lo que yo tendré que pasar: soledad, tristeza, melancolía, vacío... Quizá estando con él podría afrontar todo eso más fácilmente. Y, tal vez, consiga que me abra su corazón, como había hecho justo ahora contándome su pasado. Sin embargo, al margen de lo que mi hermano pensara y de lo que yo deseara, estaba lo que quería Ethan. ¿Realmente le parecía bien que me quedara en su casa?
—No hace falta que me quede contigo, podría vivir con Carol, seguro que a su madre no le importa.
—¿Dos adolescentes viviendo en una casa donde normalmente no hay ningún mayor de edad? Creo que mejor te quedas conmigo, no quiero ni imaginar la que podéis liar...
—Pero no quiero molestarte, es tu casa y hasta ahora has vivido solo, sin tener que preocuparte por nada ni nadie que no seas tú mismo.
—No molestas —algo se encendió en mi interior, una pequeña esperanza—. Es decir, tampoco es que seas una chica problemática... Sacas buenas notas, no faltas al instituto, no sueles salir de noche, obedeces siempre a tu hermano... No creo que me des muchos dolores de cabeza.
Por fin regresó el camarero con nuestros platos, empezaba a tener hambre. Al ver mi entrecot supe que me quedaría con hambre. He pedido un plato que vale 42 euros, ¿cómo es posible que me traigan esta miseria? Nunca había visto un entrecot tan pequeño...
Suspiré.
Si ir a un restaurante refinado conllevaba pagar un dineral y pasar hambre, prefería ir a cualquier otro sitio. ¿Por qué se supone que pagamos ese dineral? Porque este cachito de carne dudo que valga tanto... ¿Pagamos el servicio? Porque de ser así, que no me hagan la reverencia y que me tuteen, a fin de cuentas, a mí, lo que me interesa cuando voy a un restaurante es comer, pero comer bien, saciar el hambre.
Alcé mi vista hasta encontrarme con la cara de Ethan, por su expresión parecía que estaba intentando leer mis pensamientos. Y acertó.
—Luego podemos pedir postre.
—¿En serio vale la pena pagar tanto por esto?
—Pruébalo, creo que tendrá mejor sabor que una hamburguesa de esos sitios de comida rápida que os gustan tanto a tu amiga y a ti...
—No lo dudo, pero sigo prefiriendo un restaurante normal y corriente.
—Deja de quejarte y come, pago yo, ¿recuerdas?
Fruncí el ceño. La cuestión no era quien pagase, pero bueno...
Intenté comer despacio, saboreando la salsa roquefort. Debo admitir que estaba deliciosa, pero la carne tampoco me pareció para tanto. Aunque tampoco era muy fan de la ternera, solo me la comía si iba acompañada de alguna salsa, quizá por eso no era capaz de apreciarla.
Por suerte, de postre me trajeron una copa con cinco trufas de chocolate colocadas sobre una base de abundante nata. ¡Por fin saciaría mi hambre! Aunque me sentí un poco incómoda, pues Ethan solo pidió un café cortado de postre.
—Nunca esperé que alguien con una figura como la tuya comiera tanto chocolate —dijo mientras observaba mi cara de felicidad al probar la primera trufa—. Supongo que tendré que comprar más dulces de ahora en adelante.
Por primera vez en toda la tarde, le vi sonreír. Fue una sonrisa débil, casi imperceptible, pero pude apreciar como sus comisuras se elevaban mínimamente. Aparté la mirada a la vez que una sonrisa invadía mi rostro. Hoy me daba por satisfecha: Ethan me había contado cosas de su pasado, y ahora había sonreído. Sin duda este era uno de los mejores días de mi vida.
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El amigo de mi hermano
RomanceNerea debe abandonar su hogar e irse a vivir con su hermano a casa de su mejor amigo: Ethan, del que está enamorada desde hace años. El problema es que él es un mujeriego y sabe que lo más probable yéndose a vivir con él es que salga lastimada... To...