Capítulo 36

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Un hogar para Tom, Amy y Luc

En cuanto cargamos la última caja en el camión me dejé caer de espaldas en el sofá: estaba reventada. Tom y Amy por fin se habían decidido por una casa, compraron la que quedaba más cerca de la de Ethan, y hoy tocaba hacer la mudanza. Hace unas semanas llegaron un montón de cajas desde Francia, que contenían todas sus cosas. Y aún se acumularon más cuando empaquetamos las cosas de Luc. Así que nos tomó como una hora, si no más, cargar ese maldito camión.

—¿Ya estás cansada?

—Sí —dije haciendo un puchero—. Quiero caer en coma ahora mismo.

—¡Exagerada! —Ethan tiró de mí hasta levantarme del sofá—. Vamos, prometimos ayudarles con la mudanza.

—¡Pero hay como cincuenta cajas!

—Por eso acabaremos antes si somos cuatro personas —me besó en la frente y me cogió en brazos—. ¿Qué te parece si te llevo en brazos hasta el coche? ¿Nos ayudarás entonces?

—Bueno. Si no hay más remedio...

Sonreí mientras enroscaba mis piernas a la cintura de Ethan. Atrapé sus labios mientras formaba una sonrisa. Adoraba besarle. Era lo mejor del mundo.

Solo tardamos diez minutos en llegar a casa de Tom, así que apenas me dio tiempo a descansar.

La casa era grande, aunque no tanto como la de Ethan. Disponía de una cocina, un salón-comedor, dos baños, y cuatro dormitorios. Tenía un jardín en la entrada y un pequeño estanque con peces de colores. A la izquierda, había una piscina no muy grande y una barbacoa.

—Gracias por ayudarnos —Amy se acercó y me ofreció una botella individual de una bebida isotónica—. No quiero ni imaginarme lo que hubiéramos tardado sin vuestra ayuda.

Le di un trago a la bebida y se la pasé a Ethan, que dio un sorbo. En seguida nos pusimos manos a la obra y tardamos un poco menos en descargar las cajas que en cargarlas. Dejamos la mayoría en el comedor, excepto las cajas de Luc, que directamente las pusimos en la que sería su habitación.

Cuando Ethan se ofreció para ayudarles a desempacar las cajas, palidecí. Por suerte dijeron que no hacía falta, que ya lo harían mañana con calma. Miré el reloj y puse los ojos en blanco. Eran las seis de la tarde del domingo, había desperdiciado todo el día con la mudanza, no había podido disfrutar del fin de semana, y para colmo, mañana era lunes y tenía que ir a clase.

Ethan se había dado cuenta de mi irritación, pues sonrió y se acercó a mí para darme un beso.

—Nosotros nos vamos —dijo mientras me agarraba de la cintura y tiraba de mí—. Ya nos veremos.

Me despedí y me dejé llevar hasta el coche. Ethan arrancó y empezó a conducir sin decirme a dónde íbamos, y por mucho que pregunté tampoco me lo quiso decir. Cuando estaciono el coche en frente de la playa esbocé una amplia sonrisa. Salí del vehículo descalza y corrí hacia la orilla, donde metí los pies a pesar del frío que hacía. Ethan se acercó a mí y estiró una manta en el suelo. Se estaba poniendo el sol y las vistas eran preciosas: el cielo se teñía de un tono anaranjado mientras las nubes empezaban a decorarse con finas pinceladas rosadas. Hacía algo de frío para ser finales de mayo, pero nos cubrimos con otra manta y nos acurrucamos uno al lado del otro.

—Gracias por ayudar con la mudanza de mi hermano —me susurró al oído—. Eres un cielo.

—Bueno, lo intento —bromeé.

Los dos nos echamos a reír y nos besamos. Hice que Ethan abriera las piernas y me acurruqué entre ellas, recostándome en su pecho. Me dio un beso en el cuello y me abrazó.

—Queda un mes para que mi hermano vuelva de Estados Unidos —dije mirando al horizonte—. No sé cómo enfrentarme a él.

—No pienses en eso —me acarició el pelo—. Cuando vuelva ya hablaremos con él.

—Eso no funcionará, ya lo hemos intentado.

—No cuesta nada volver a probar —me dio un beso en la mejilla—. Si pudiera vernos ahora mismo seguro que cambiaría de opinión.

Me angustiaba un poco pensar en mi hermano, y aunque siempre había intentado evadir el tema, no podría seguir haciéndolo por mucho más tiempo. Volvería a finales de junio, como muy tarde a principios de julio. Al menos eso pensaba, hasta hoy había estado convencida de que volvería, ¿pero por qué iba a volver?

—¿Y si no vuelve?

Ethan me miró, y como si hubiera dicho una locura, soltó una pequeña carcajada.

—¿Cómo no va a volver? ¡Claro que volverá!

—¿Por qué iba a hacerlo? Su novia le dejó, considera que su mejor amigo y su hermana le han traicionado, tampoco tiene casa ni trabajo —dije mirando seriamente a Ethan—. Piénsalo por un momento. Aquí ya no tiene nada —me miró con el ceño fruncido—. Volver se traduce en tener que aceptarnos o perder definitivamente a su mejor amigo y a su hermana, en volver a ver a su exnovia... ¿Por qué querría enfrentarse a todo eso?

—No pienses eso —me besó y secó con su pulgar una lágrima rebelde que resbalaba por mi mejilla—. Nosotros queremos que entre en razón, ¿no? Queremos que vuelva a nuestras vidas.

—Claro, es mi hermano.

Me dedicó una tierna sonrisa.

—Quizá tu tía ya haya hablado con él y le haya convencido.

—No creo. Vuelva o no, está claro que solo entrará en razón cuando vea que has cambiado, que realmente nos queremos, y que no estamos saliendo para fastidiarle.

No volvimos a cruzar palabra. Nos quedamos mirando cómo las olas rompían y el cielo se teñía poco a poco de azul añil. Podía sentir el aleteo del corazón de Ethan contra mi espalda mientras el sol se sumergía completamente en el horizonte, acabando por completo con los tonos dorados y cediendo el paso a los azules más profundos.

El amigo de mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora