tres

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Desperté por el olor a café y me senté en la cama solo pa' comprobar que estaba en mi casa y vivo. Salí de mi pieza y vi a la Ignacia sentada, tomaba un café y miraba a la nada.

—Despertaste.— susurró.

—¿Cómo llegué a la casa?— me senté al frente de ella.

—No sé, solo llegaste.— le dio un sorbo a su café y se levantó a prepararme uno.

—No, amor, yo lo hago.— me paré y me serví el café bien cargado.

—Anda a ponerte algo, hace frío.— me di cuenta que andaba en bóxers y no me importó.

—¿Querí que me ponga algo porque hace frío o te caliento?— la molesté y me volví a sentar al frente de ella, pero con café en mano. Me dolía un poquito la cabeza, solo un poquito.

—Ambas, quizás.— respondió. Nos quedamos callados y ella habló.—¿Por qué saliste a tomar?— me preguntó un poco preocupada.

—Me dijiste que estabai ocupada y no quería encerrarme.— me excusé.

—Te enojaste, estoy segura.— afirmó.

—Puede ser.— admití.

—Tení' que ir al psicólogo a las cinco, acaban de llamar.— me avisó.

—No quiero ir al loquero.— tomé un sorbo.

—Tení' que ir, recuerda nuestro trato.— sonrió.

Yo iba al psicólogo y ella me daba alguna recompensa por eso, cualquier cosa.

—¿Tení clases?— me puse un polerón que había en el sillón, porque igual hacía frío.

—Sí, a las doce.— respondió y fue a lavar su taza.

—Mmh...bien.— me di cuenta que llevaba un polerón que era mío y ropa interior. Me levanté del sillón rápido y la abracé por detrás, comencé a darle besos y se reía.

—Me da cosquillas, hueón.— terminó de lavar la taza y se dio vuelta a chantarme un beso. Sentí el cuello mojado y eran solo sus manos con agua.

Nos empezamos a comer brígido, hasta que me detuvo.

—Va a llegar tu mamá.— susurró.

—No creo.— volví a besarla. La tomé de los muslos y cruzó sus piernas alrededor de mi cadera.—Chucha, viene el Luciano.— me acordé y la bajé, ella solo se rió.

—Ay, hace caleta que no veo al Luciano.— sonrió y caminó a mi pieza a vestirse.

Me apoyé en el marco de la puerta y vi como se vestía, comencé a sonreír al darme cuenta que seguía siendo la misma niña de dieciséis años que se emocionaba cuando algo le salía bien y lloraba si se sentía sensible, se enojaba si me mandaba alguna cagá y me abrazaba cuando se daba cuenta que se le pasaba la mano.

—¿Qué pasa?— me preguntó y se cohibió, ah.

—Nada, flaca.— contesté y se puso mi polerón, de nuevo.

Escuché que tocó el timbre y sabía que era mi papá y el Luciano.

—Anda abrirle al viejo culiao, dile que me estoy bañando o alguna hueá así.— tomé una toalla y entré rajao' a bañarme.

Me da paja hablar con el que es mi papá.

Desde el baño, escuché la voz del Luciano y la de mi papá. Al final me bañé y me vestí.

—¿Cómo está mi hermano favorito?— dije una vez que salí de la pieza. El Luciano me vio y corrió a mis brazos.

—¡Te extrañé tanto!— me dijo y le desordené el pelo.

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