treinta y dos

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Parte 1/2

Era el día de la gala y yo estaba listo con mi traje, solo faltaba que el Diego me fuera a buscar y sí, me había convencido luego de una semana entera trayéndome queque que hacía su mamá.

—Que te vaya bien.— me dijo mi mamá, mientras me arreglaba la corbata.—Y si no llegas en la noche, ya sé por qué es.— me sonrió y no había entendido su indirecta.

Me despedí y salí de la departamento, pa' bajar las escaleras y entrar al auto del Diego, o del papá del Diego.

—Wena, hueón.— me saludó.

—Wena po, Dieguín.— hicimos nuestro saludo culiao y prendió el auto.

—Puta que andai rico, te culeo acá atrás.— apuntó a la parte trasera, mientras se reía y yo le pegué un chape.

—Que andai fleto hueón, sale del clóset luego, yo te apoyo.— lo molesté devuelta.

—Vo deberiai salir del clóset.— se comenzó a reír y movió el auto. Ya estábamos saliendo de los departamentos.

Estuvimos todo el camino a Valpo huebeando y riéndonos. La hueá quedaba en Valparaíso y estábamos a la conchetumare.

[...]

—Ya hueón, te digo al tiro que voy a tomar hasta que se me apague la tele.— me avisó. Íbamos llegando al lugar, se estacionó y apagó el auto.

—Dale, yo te llevo a tu casa.— asentí y le di un suave palmazo en la espalda.

—No hueón, si vo' te vai a desaparecer por la noche, acuérdate de mí.— hizo un gesto con la cabeza y salió del auto. Yo me quedé como ahueonao, intentando analizar lo que dijo, hasta que salí y entramos.

Cuando entré al recinto, me dieron unas ganas de irme. La Trinidad estaba en una esquina y me miraba todo el rato, yo la miraba un par de veces, pero ni ahí con ella. Me paré a tomar, crucé casi toda la pista de baile y me senté a pedir cualquier hueá pa' tomar.

—Oye, ¿podemos hablar?— sentí la voz de la Trini a mi lado y la miré.

—Eh, yo creo que está todo dicho.— fui cortante.

—Pero, de verdad, quiero explicarte.— me tocó el brazo y me paré al tiro. Me dieron la bebida alcohólica y la tomé.

—No, no quiero saber nada.— me fui a la cresta con mi chela.

Estaba chato de las mentiras, de ella. Ya nada era igual, después de todo lo que sucedió.

Me fui a sentar solito nomás, aunque estaba más aburrido que la chucha.

[...]

Habían pasado como dos horas y había huebeado un poco, pero seguía aburrido. Me volví a sentar y me eché hacia adelante con las piernas abiertas y con los codos apoyados en cada pierna. Estuve un rato en esa posición, cuando de repente, sentí que alguien apoyó su cabeza en mi hombro y lentamente, di vuelta mi cabeza para ver quién era.

—Perdón.— susurró. Me pude dar cuenta que llevaba el vestido que le regalé para esta ocasión hace unos meses atrás; era de color rojo, largo y llevaba un escote en la espalda y en la pierna. Le quedaba tan bien, yo diría que perfecto, le encajaba tan bien y yo se lo regalé sabiendo cada centímetro de su cuerpo, cada pequeño detalle...

Me costó dos sueldos de trabajo en verano, pero valió la pena.

—Igna, ¿qué estai haciendo acá?— me senté derechamente y ella se alejó.

Plan: cómo recuperar tu interésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora