Extra: treinta y ocho

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Era Navidad y estaba ansioso, porque en algunos días más, daban los puntajes de la Psu.

—Hola, mi niño.— me saludó mi suegra, mientras se subía al auto.

—Hola, suegrita.— la saludé. Estaba en la parte de atrás del auto, mientras acomodaba mi mochila y la de la Ignacia.

—¿Estai nervioso, Benja?— me preguntó mi polola y pude ver que me observaba desde el retrovisor.

—¿Debería estar nervioso por conocer a toda tu familia?— le respondí con una pregunta y asintió.—Ná', me van a amar.— comenté y escuché la risa de mi suegra. Cerró la puerta delicadamente y la Ignacia prendió el motor.

—¿Y cómo está tu mamita, Benja?— me interrogó la mamá de mi polola.

—Bien, se fue con el Luciano a Temuco a pasar la navidad.— sonreí.

—Que bueno.— comentó.

Nos fuimos todo el camino escuchando Luis Miguel y a veces, me hacia el chistoso pa' hacer reír a mi polola y a su mamá. Íbamos a la casa de los tíos de la Ignacia, donde siempre toda la familia se reunía y la huea duraba como dos días.

—Llegamos más temprano, porque tenemos que ayudar con la cena.— me comentó mi suegra, mientras nos bajábamos.

—Pero es re temprano.— dije y miré la hora.

2:35 p.m

—Nuestra familia es un ejército, Benjamín. No te lo imaginai.— susurró la Ignacia. Me pasó mi mochila con ropa y entramos a la casa.

Literal, era la media casa y juraba que era una mansión o algo así. Entramos a la cocina y habían dos mujeres parecidas a mi suegra y me sonrieron.

—¿Y este joven?— preguntó una de las señoras y sentí unos brazos que rodearon mi cintura, era la Ignacia por detrás.

—Es mi pololo.— giré un poquito la cabeza para ver a la Igna y sonrió ampliamente.

—Ay, tiene una cara de tierno.— dijo la otra señora y se acercó. La Ignacia me soltó y me quedó mirando, tipo; no, no es tierno.Mi nombre es Micaela, pero dime Mica nomás y ella es la Gabriela.— me apuntó a la otra señora y le sonreí.—¿Cómo te llamas tú?— me preguntó y sentí que tenía cinco años, de nuevo.

—Benjamín.— contesté y la señora Gabriela, se acercó.

—Pueden ir a dejar las mochilas a las piezas de invitados y ayudarnos a poner la mesa.— pidió y asentimos.

Rápidamente, nos fuimos y subimos las escaleras. Si la casa, el comedor y el living eran grandes, las piezas eran el doble.

—¿Tu familia tiene plata o qué huea?— la molesté, mientras abría la puerta.

—Digamos que a mi tío no le va mal en su trabajo.— me explicó.

—¿Y en qué trabaja?— le pregunté y dejé la mochila en la cama grande.

—Vende pasas.— fruncí el ceño, apenas me dijo.—Pero, tiene una empresa y hay gente trabajando para él, por eso.— tenía más sentido.

—Estoy cansado.— susurré y me tiré a la cama.

—En la noche, te hago masaje.— sonrió y se acostó a mi lado.

—¿Vamos a dormir acá?— le pregunté y asintió.—No traje pijama.— le dije y se rió.

—Tu no usai pijama y te traje más ropa.— me dijo y sonreí.

—Creo que le voy a poner candado a mis cajones de ropa.— le comenté y se volvió a reír.

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