Capítulo 16.

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Bjorn se negó a obedecer a su padre las primeras dos semanas luego de la partida de su madre, e incluso, en varias ocasiones, los centinelas tuvieron que despertar al conde por la madrugada por los intentos de su hijo para escapar en busca de su figura materna.

Tal cosa le había roto el corazón en mil pedazos a Ragnar, él también quería ir en busca de aquella mujer a la cual había amado tanto, pero sabía más que nadie de todo lo que había sufrido por su culpa.

Ahora, concentrado más en lo que se avecinaba, lo cual era una gran guerra, no quitaba sus pensamientos de lo grande que sería el pelear contra París.

Se había prometido entrenar con su mayor esfuerzo para así poder vencer y volver a casa para conocer a su nuevo hijo, quien para ese entonces ya estaría a poco tiempo de nacer.

Tanto había sido el revuelo de la noticia que, los pueblerinos en un momento se negaron a creer que realmente había pasado, pero la marcha de la condesa había confirmado todo.

Auslug le había reprochado incontables de veces que sin la rubia en el hogar, las cosas no serían lo mismo y que ella, al carecer de carácter para corregir a los niños, no podría sola.

Aquella actitud fastidiaba a Ragnar a más no poder, por lo cual le repetía una y otra vez que si no estaba ahí para cuidar de sus hijos, podría marcharse cuando desee.

Lo que no sabía la mujer era que, en las palabras de Lothbrok no había una verdad absoluta, sino que él rogaba en su interior que no lo dejen solo.

Él podía ser muy bueno en la lucha, sí.
Pero a la hora de criar a sus hijos no era el mejor de todos y reconocía que si no era por el par de mujeres que se encargaron de ellos, ni siquiera estaría seguro de que sus hijos hayan podido evitar alguna enfermedad.

En el entrenamiento de ese día le acompañaban sus fieles hijos junto con Athelstan.

El sacerdote cuidaba de las criaturas mientras Ragnar se preparaba para el duelo contra los guerreros.

Todo el pueblo sabía que el rubio siempre se llevaba al máximo a la hora de medir su resistencia y esa era una de las cosas que le permitían llamarse descendiente del padre de todo.

Toda su vida había sido amante del poder. Si bien su ambición aumentó cuando fue proclamado conde, siempre había estado aquella voz interior que le decía que el mundo tenía varias cosas para él.

Y era verdad. Todos los cristianos junto con paganos querían estar de su lado al tener que luchar porque sabían que tenían la victoria asegurada.

Él tenía una reputación muy grande que se expandía a lo largo de todos los reinos.

Una vez el cuerno fue tocado, el ruido que provocaba el choque de espadas y de escudos contra hachas era el que predominaba en el ambiente.

Ragnar se había visto deprimido en aquellas semanas pero nada que un poco de adrenalina en la sangre no pueda curar.

Intentaba que su ejército sea el mejor de todos y quería saber si todos aquellos hombres estaban dispuestos a morir por él y los reyes. Por el pueblo.

Él estaba dispuesto a morir por el pueblo, por sus hijos.

Con cada golpe se daba cuenta que aquellos guerreros casi estaban listos para ir por la victoria, solamente les faltaba un poco más de valentía.

Rollo. Su querido hermano Rollo fue quien en voz alta paró el entrenamiento, tomó un hacha junto a un escudo y le sonrió a su hermano.

No tenían que utilizar palabras para saber que volverían a un combate. Uno de esos que tenían cuando eran más jóvenes y los dejaba agotados a más no poder.

Mi Alfa Vikingo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora