Capítulo 39.

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Athelstan había despertado aquella mañana tras la insistente tos que sonaba en la habitación.

Los rayos del sol hacían su mejor esfuerzo para traspasar los gruesos telares que cubrían las ventanas, fracasando.

No sabía qué hora sería pero su cuerpo se sentía renovado de cierta manera. Hacía mucho que no dormía con la comodidad que aquél sofá de cuero de ovejas le ofrecía.

Se levantó de éste al notar que tal malestar provenía de uno de sus hijos, caminando hasta éstos rápidamente.

No le fue difícil darse cuenta que era Ubbe quien no podía respirar fácilmente ya que el rostro del bebé se encontraba enrojecido totalmente.

Lo levantó con rapidez y lo llevó a su hombro, dando leves palmadas en la espalda de éste, sin saber qué hacer realmente.

Se alteró un poco más cuando se dio cuenta que no era un simple atragantamiento de saliva sino que, parecía que su hijo había pillado un resfriado.

Midió su temperatura con el torso de su mano, notando que, efectivamente el alfa se encontraba enfermo.

Le pidió un trapo húmedo a una de las esclavas que pasó frente a él, quien inmediatamente se puso en marcha para conseguírselo.

La mujer volvió con lo pedido más una señora a su lado, de unos años más avanzados.

-Deberás de acostarle con la cabeza en alto. Miel o menta serán suficientes para la tos, no debes de preocuparte -Aconsejó.- Tampoco le cubras con tantas pieles, necesitará enfriarse un poco si quieres que baje la fiebre -Athelstan asintió. Agradecido de la existencia de las mujeres ya que hasta ese momento eran quienes le habían salvado de muchas.-

-Muchas gracias -Murmuró, colocándose el paño húmedo en la pequeña frente de su bebé, quien con ojos aguados no paraba de toser y llorar.- Se ha de haber enfermado le día de ayer durante el camino hacia aquí -Dijo más para sí mismo.-

-Seguramente ha de haber sido eso lo que pasó -Reafirmó.- Verás que en tres días estará mucho mejor -¿tres días? Athelstan no tenía tres días de espera para continuar con su huída. Estimaba que la tormenta pasaría mañana por la noche y en la madrugada del día siguiente zarpar hacia Wessex.-

Las mujeres le dejaron solo. Debían de volver a sus labores dentro de aquella casa que les protegía del frío y grisáceo día.

No fue hasta la noche de ese mismo día que su preocupación siguió aumentando. Ni la miel ni la menta habían sido suficientes para calmar apenas la seca tos de su bebé y con un nudo en la garganta intentaba calmar su llanto.

No sabía por cuánto tiempo el rey de Göteborg soportaría el llanto de una cría que ni siquiera le pertenecía y le asustaba la idea de tener que deambular nuevamente sin rumbo alguno.

Apenas durmió, velando a su hijo, quien por fin había podido descansar un par de horas.

Tal cosa no pudo siquiera darle un suspiro de alivio porque cuando la madrugada llegó, al tocarle para darle una leve caricia notó que la alta temperatura había vuelto al pequeño cuerpo.

Con ojos cansados se movió lo más rápido posible en busca de un trapo húmedo para poder colocarle nuevamente en la sien a su bebé, quien aún no despertaba.

Se aseguró de que su respiración fuese normal y se recostó sobre el sofá con Alfred en su pecho para cuando éste se despertara poder amamantarle y que no llegase a llorar, despertando a su hermano.

Ragnar se levantó del largo cuero de oveja que se encontraba en el suelo, él  junto a unas de las escuderas que le habían acompañado en su tramo, habían decidido descansar. Las otras mujeres habían tomado rumbos diferentes para abarcar con más facilidad los lugares de búsqueda.

Mi Alfa Vikingo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora